Bloom

AutorFabrizio Mejía Madrid

La idea, según él mismo contó en La ansiedad de la influencia (1973), le vino al despertar de una pesadilla: "En mi cumpleaños 37, me desperté de una terrible pesadilla; algo salido de Los Cuatro Zoas de Blake. Se trataba de un querubín que me aplastaba. Escribí durante los siguientes tres días un ditirambo feroz que es el primer capítulo de este libro. El sueño era una amalgama de las lecturas sobre esa criatura alada que es, en el Génesis, un ángel de Dios; en Ezequiel, el Príncipe de Tiro; el caído Tharmas de William Blake; el Espectro en Milton; y el Espectro de Blake en Yeats." El mismo Bloom, un judío del Bronx acogido por la Universidad de Yale, parece haber deseado recrear con sus (malas) lecturas, lo que hacían los comentaristas de la Cabala. Y, con la enunciada "angustia de la influencia" darle un nuevo sentido cultural al Segundo Mandamiento de la Biblia, el que prohibe hacer representaciones de Dios, es decir, de los escritores o artistas que nos preceden. Para él, esa fórmula de la mala-lectura era justo lo que habían hecho los gnósticos con la Cabala y los críticos con la literatura: re-interpretar sin cesar los propósitos, el plan y el final de la creación. Para la cultura occidental, sugiere Bloom, la mala interpretación es la lucha contra los predecesores y toda visión es, en realidad, una revisión; toda creación, una recreación.

La lucha por no representar al dios de la tradición literaria tiene, para Bloom, varias formas: clinamen (viraje), tessera (el azar), kenosis (el vaciamiento del poder de la palabra), demonización, askesis (pulimiento), apófrades (sublectura), pero lo central es que piensa el acto de escribir como algo mucho más trascendente que el texto que resulta. Eso le acarreó las críticas desde la academia que historiza, contextualiza, liga al autor y sus textos a una sociedad. Para Bloom no hay por qué ver la historia, la etnia, el género de los autores; sólo hay un acto creativo, una especie de rapto, de regeneración de los alientos proféticos, visionarios, a tal grado que le responde a sus críticos: "Me importa la literatura que va hacia el porvenir, no la que va hacia el pasado". Un crítico dijo que, para Bloom, el poema perfecto era el que no podía escribirse y tenía cierta razón. Como lo que importa es el cruce entre la idea de los ciclos naturales del cosmos con la idea de eternidad, es decir, la contemplación y el hálito de la trascendencia, cuando éstos llegan a la página, mucho de su valor se ha...

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