Bolsonaro promueve la muerte de la Amazonia

AutorHeriberto Araújo

RESERVA DE GURUPÍ, BRASIL.- El paraje no puede ser más idílico. Las exuberantes copaíbas se alzan más de 30 metros y sus generosas copas filtran los intensos rayos de sol que caen sobre la reserva forestal de Gurupí, en el extremo nororiental de la Amazonia brasileña.

La camioneta de los guardabosques avanza sobre la tierra rojiza a una velocidad moderada, para evitar impactos con felinos, como el jaguar o con jabalíes o armadillos, animales que abundan en este ecosistema. El ruido de los monos, que vigilan desde lo alto de la vegetación nuestros pasos, se impone por momentos al rugido del desvencijado vehículo.

Iván Rodrigues, un experimentado guardabosques cuya barba blanca en forma de uve y gafas de sol le dan un carácter de temible militar, no se desprende de su pistola nueve milímetros ni siquiera cuando está al volante. El calor se impone al aire acondicionado y el sudor resbala por su rostro y cuello, empapando su de por sí pesado chaleco antibalas.

"Hay que estar alerta. Los madereros están por todas partes y no preguntan, disparan", explica a Proceso, que acompañó al equipo fiscalizador durante una de sus operaciones de combate a la extracción ilegal de madera en esta región, una de las más impactadas por las mafias criminales de especuladores de tierras, ganaderos ilegales y madereros.

De un tamaño equivalente a 271 mil canchas de futbol, la Reserva de Gurupí es una metáfora del cruce de caminos en el que se encuentra la Amazonia brasileña justo cuando el presidente Jair Bolsonaro -un escéptico del cambio climático- se reúne con Donald Trump -otro enemigo de los ecologistas- para discutir el futuro de las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, que mucho tienen que ver con el destino de la gran selva.

Declarada en 1988 una de las 60 reservas biológicas de Brasil, un título que impide a priori cualquier presencia humana, la de Gurupí es hoy objeto de un saqueo permanente de recursos naturales; incluso algunas zonas de bosque virgen han sido transformadas por ganaderos en pasto y sus tierras, robadas al patrimonio del estado de Marañón.

Los guardias del Instituto Chico Men-des para la Conservación de la Biodiversi-dad, uno de los entes federales que trabaja por la defensa del patrimonio ambiental de Brasil, llevan a cabo frecuentes incursiones en Gurupí para atrapar madereros, cazadores furtivos e incluso especuladores de tierra que venden sus hectáreas tras falsificar escrituras. Dos bases han sido construidas en los extremos...

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