Breve historia de una tierra rota

AutorJavier Valdez Cárdenas

Para Carlos los vidrios bajo sus pies tienen un amargo significado: calzados o desnudos, ese crujir, esa sensación de que todo se esparce, quiebra, desmorona, es como abrir y ensanchar heridas sempiternas. Guadalupe, su tío, tenía un vocho que pocas veces usaba. Trabajaba como auditor en el gobierno del estado, en Culiacán, pero vivía en Navolato, a unos treinta kilómetros de la capital sinaloense. Ahí conocía el barrio, la ciudad, sus habitantes, los pormenores más nimios, rutinarios de un pueblo que todavía reniega del asfalto y tiene nostalgia del polvo.

Esa noche, como todas, recogería a su hija, empleada de un negocio de computación. Va a pie. Algunos parientes viven cerca de su casa y uno de ellos lo saluda, a pocos metros. Mueve la mano sobre su cabeza para decir hola y adiós. Media sonrisa.

Carlos está frente a la tele que anuncia uno de los primeros capítulos de la serie La reina del sur. Le interesa el tema porque le gusta Arturo Pérez Reverte, au-tor de la novela, pero más la actriz mexicana Kate del Castillo. Es el 5 de abril de 2011 y afuera, en las calles de esa ciudad y de casi todo el estado, la guerra entre las organizaciones, que antes eran una sola, estalló: Chapo o Beltrán Leyva, El Mayo o Mochomo, los Guzmán o El Barbas. Esas divisiones han abierto una zanja inmedible llena de cadáveres y sangre. O estás con Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, e Ismael Zambada García, El Mayo, jefes del cártel de Sinaloa, o con El Mochomo o El Barbas, apodos de Alfredo y Arturo, los hermanos Beltrán Leyva. Antes, compadres, amigos, parientes, vecinos. Ahora, todo eso quedó en el recuerdo, bajo una inamovible lápida de mármol. Hoy son enemigos y la sangre derramada de ambos lados no se borra.

En 2008, año de la fractura, hubo alrededor de dos mil 200 muertos. La cifra casi se repite en 2009, y en los dos años siguientes baja un poco pero ronda los dos mil asesinatos, casi todos con fusiles de asalto y armas de alto poder; matanzas y decapitaciones: piel contra piel, orificios, cabezas, manos, ojos que en medio de la tortura y antes de irse te lo cuentan todo.

El carro de Guadalupe, de 65 años, lo trae su yerno. Dicen en los subterráneos a ras de la banqueta que ese joven pariente suyo es oreja y ponededos -soplón, balcón- del grupo de Guzmán Loera. Nadie lo confirma. Pero el viento lleva y trae esta versión. Y en algún punto de la trayectoria iniciada a pie, el yerno le ofrece raid en el vocho que Guadalupe rara vez usaba en Navolato.

Alrededor de las diecinueve horas se escuchan disparos. Todos se tiran al suelo en casa de Carlos. Se oyen muy cerca. Luego una ráfaga larga que demuestra que no se trata de pirotecnia sino de un cuerno de chivo que vomita implacables andanadas de fuego. Balazos, grita él frente a la tele. Como pueden se llevan a la abuelita, que estaba muy cerca de él, a la recámara. Todos siguen pecho tierra, él bajo el mueble de la tele. Toma el teléfono y avisa: hay balazos, qué pasa.

Navolato es tierra de los Carrillo Fuentes, del cártel de Juárez. Aquí nacieron la mayoría de quienes integran esta organización -fundada por el extinto capo Amado Carrillo, El Señor de los Cielos, muerto durante una cirugía en julio de 1997 en la Ciudad de México-, y aquí viven sus hermanas, algunos hermanos y su madre, doña Aurora, en El Guamuchilito, muy cerca de esta cabecera...

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