En busca de acuerdos literarios para un nuevo Chile

AutorAriel Dorfman

Al igual que esos jóvenes que hasta hace poco copaban las calles de Chile, leí Martín Rivas, la novela más famosa y popular de Blest Gana, en una escuela secundaria de Santiago, aunque eso fue a finales de la década más plácida de los cincuenta. Confieso que desconfié inmediatamente del protagonista homónimo, que, nacido en una empobrecida familia provinciana de clase media, se eleva socialmente en forma triunfal, venciendo todo tipo de adversidades hasta agenciarse el amor de la altiva, aunque brillante y sensible, hija de su aristocrático patrón en la ciudad capital. Me pareció demasiado noble, demasiado trabajador y serio, demasiado tediosamente inocente, a diferencia de su amigo romántico, Rafael San Luis, atractivamente rebelde y algo satánico. Me molestaba que el narrador condenara a morir a San Luis, castigándolo por romper las reglas de la existencia conformista y la monogamia sexual, mientras que a ese Martín excesivamente virtuoso y ligeramente liberal se lo recompensaba con la jovencita y su fortuna familiar.

Puede que mi desazón se debiera a que en ese momento, leyendo a Balzac y Stendhal, estaba sediento de un Rastignac o un Julien Sorel que abriera a destajo el corsé de las jerarquías sociales. También hubiera querido que el melodramático y a menudo prosaico Blest Gana se interesara por sondear la complejidad psicológica de sus personajes, como lo hicieron los novelistas franceses e ingleses que eran sus modelos preferidos.

Pero la suspicacia que me producía Martín tenía raíces más profundas que una aversión literaria. Ya a la edad de 16 años estaba dedicado a criticar la sociedad que encarnaba el protagonista ejemplar de Blest Gana. Veía el futuro de Chile (y de la humanidad), no en el modelo falsamente meritocrático representado por trepadores como Martín, sino forjado por la lucha de millones de personas desposeídas en aras de un mundo más justo, trabajadores que -vaya sorpresa- nunca hacen una aparición en la novela que celebra el auge de Martín y su incorporación a la burguesía dominante de su época.

Mi sueño para Chile prevalecería durante los tres años (1970-73) de la presidencia de Salvador Allende, un socialista cuya revolución pacífica terminó en la brutal asonada militar del general Augusto Pinochet. Su dictadura convirtió al país en un laboratorio para el neoliberalismo importado de la Escuela de Chicago, un modelo de desarrollo y privatización y explotación extrema, inspirado por las ideas de Milton Friedman, que ha gobernado a la sociedad chilena (y gran parte del mundo) desde entonces, conservándose en Chile incluso después de que se restaurara la democracia en 1990. Ahora, 30 años más tarde, es una de las naciones más desiguales del mundo, con una desmedida brecha entre los súper ricos y el resto de la población.

Es en contra de ese modelo que el pueblo chileno se rebeló a partir de octubre del año pasado, demandando un sistema social que funcionara para la mayoría de los ciudadanos y no para unos pocos privilegiados. Para que se garantizaran esos cambios estructurales, los activistas exigieron también una nueva Constitución que fuera discutida y avalada por el propio pueblo, la primera vez que eso sucedería en 210 años de vida independiente. Si bien la inesperada erupción de la pandemia de covid-19 significó la postergación hasta finales de octubre del plebiscito con que se iba a dar inicio al proceso constituyente, esta misma plaga también ha hecho ver con más ferocidad que antes la necesidad de reformas al confirmar las múltiples maneras en que la...

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