El cadáver equivocado

AutorMarcela Turati

OMOA, HONDURAS.- J corre a la casita de tabicón donde vive con su abuela y regresa con una foto enmarcada de Misael, su papá, a quien dejó de ver una madrugada de hace cuatro años, cuando se despidieron con un beso porque se iba a Estados Unidos. "No se vaya, papito", le dijo entonces, adormilado. Cada tanto, al recordar el adiós, le dice a su abuela Ángela: "Si me hubiera hecho caso no lo hubieran matado".

Misael Castro Bardales, padre de J, fue uno de los 72 migrantes asesinados por Los Zetas en agosto de 2010 en San Fernando, Tamaulipas.

Es un muerto vivo pues aunque su cadáver fue identificado por sus familiares, las autoridades mexicanas no lo reconocen entre los muertos. En México lo identificaron mal, enviaron su cuerpo a Honduras con el nombre de otra de las víctimas y nunca corrigieron el error.

Esa omisión ha hecho que doña Ángela batalle para todo. Hasta para conseguirle una beca a su nieto. "Me habían ofrecido un bono de 10 mil lempiras (anuales, unos 500 dólares) y no podemos lograr porque no hay difunción", dice la mujer.

Su nieto, flaquillo, larguirucho y cariñoso, la abraza por la espalda mientras escucha atento, debajo de un árbol de mango, el relato del asesinato de su padre. No dice nada. Sólo mira la foto. A ratos mordisquea una empanada.

"Mire, aquí está él, 27 años tenía. Pobre-cito. Ese día está en Omoa, en las playas, le gustaba comer en ese restaurante", dice la joven abuela al mostrar el cuadrito de madera que enmarca la imagen de Misael-delgado, larguirucho- sentado sobre una tabla plana, en un changarro playero.

"Iba a Houston, Tecsas", agrega J.

El niño tiene nueve años, estudia cuarto grado. Es flaco por naturaleza, pero ahora está más delgado porque el dengue le rebajó la talla. Tiene manchitas de tinta negra en la nariz pues acaba de hacer una ejercicio escolar.

"Él estaba de cinco años, no asimilaba. Ahora sí pregunta y cuando mira que otros cipotes (niños) tienen a su papá, sí le afecta", dice la abuela cuando J se aleja a jugar con sus sobrinos y tíos que se amontonan en una hamaca deshilachada, colgada de los árboles del terreno donde viven, cerca de la carretera.

J es un niño estudioso, bueno para las matemáticas. Cuando termina los ejercicios que el profesor pone en el pizarrón se levanta a explicárselos a sus compañeros.

Miriam, una de las hijas de Ángela, hermana de Misael, contará después que tras la tragedia, su madre se volcó a atender al nieto y desde entonces siempre están juntos. Ahora mismo...

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