Carlos Mijares Bracho (1930-2015)

AutorXavier Guzmán Urbiola

Uno de los sellos distintivos de su trabajo fue dar nueva vida a un material tan antiguo como versátil; hablo del tabique, explorando al máximo sus cualidades constructivas y visuales, con lo cual transformó ese objeto humilde en elemento estético de insospechados alcances. El resultado fue la creación de espacios funcionales y bellos que transmiten una intensa alegría de vivir; espacios vibrantes de luz que la festejan y rompen en los reflejos unas texturas literalmente tejidas.

Por eso, Malena su hija, en un entrañable artículo, recordó el día que su padre aprendió a tejer.

Mi primera relación con don Carlos fue de maestro, aunque en realidad nunca fui su alumno en el aula, ni trabajé en algún proyecto en su despacho. Nuestra relación nació hacia 1984 cuando di a conocer en México la experiencia de Edward James en la Huasteca potosi-na. Carlos Mijares, con esa avidez por el conocimiento que siempre lo caracterizó, tuvo la persistencia de investigar quién era y me llamó para gentilmente invitarme a comer. No había ningún trato previo entre nosotros de por medio. Ahí surgió nuestra relación.

Pero fue hasta 1996 cuando tuve la oportunidad de colaborar por primera vez con él, al coordinar para Clío una serie de libros sobre los barrios de la Ciudad de México. Pensé que Carlos debía escribir sobre San Ángel. Feliz suceso para mí, pues me permitió caminar con él por el viejo asentamiento, escuchar sus explicaciones acerca de cómo se formó el antiguo pueblo y ver las huellas de esa historia, presentes hoy día en su traza y en la disposición de sus calles y plazas. Al escucharlo, cobraba forma ante mis ojos su geografía urbana y la veía perviviendo en sobreposiciones de proyectos y arquitecturas posteriores. En otra ocasión nuestros paseos nos llevaron por el cantil del Xitle, y al ver la barda de la huerta del convento del Carmen dibujada en unos planos, descubrí, al oir sus palabras, ni más ni menos, las coincidencias con los planos catastrales de hoy.

Todo ello, amén de las deliciosas charlas y el proceso editorial que implicó realizar la obra, fue sumamente enriquecedor, pues en cada una de estas jornadas disfruté de la capacidad de Carlos Mijares para transmitir sus conocimientos y hallazgos. Dichas reuniones no sólo eran verdaderas lecciones de historia, urbanismo y arquitectura, sino también de humanismo, en el sentido...

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