Castigar

AutorFabrizio Mejía Madrid

La idea es mucho más reciente de lo que podría pensarse. El filósofo Didier Fassin encuentra su origen en la generalización de las deudas, justo en la Venecia renacentista de los banqueros. De eso trata El mercader de Venecia, de Shakespeare: Shylock, el judío, le presta una cantidad a Antonio y, en garantía, le pide una libra de su cuerpo. Cuando el barco de Antonio naufraga con toda su carga, Shylock demanda ante un tribunal el pago de una parte del cuerpo de su deudor, tal como establece el contrato que han firmado. Los que asisten al tribunal se escandalizan de la demanda porque les resulta intolerable. Hoy, habría que preguntarle a quienes apoyan medidas como la pena de muerte o el cercenamiento de una mano a los ladrones -como propuso el año pasado el entonces candidato "independiente a la Presidencia Jaime Rodríguez Calderón, hoy gobernador de Nuevo León- si les resultaría tan intolerable la demanda de Shylock.

Es curioso que nuestras sociedades, mientras retiran los castigos corporales dentro de las familias y en las escuelas, aprueban cada vez mayores penas corporales en el sistema judicial. Hoy vemos como natural que se inflija por medio de una institución oficial un sufrimiento a la persona que cometió un acto censurable. No sólo las penas para los delitos han aumentado, sino que actos que antes no eran delitos se han convertido en tales. Es como si la tolerancia, hoy que hablamos tanto de ella, se hubiera disipado y pensáramos que merecen sufrimiento, por ejemplo, los que infringen normas de comportamiento que antes eran sólo motivo de una condena social, pero no judicial. Pensemos en los fumadores, en los que se estacionan en lugares prohibidos, en los que tiran chicles en las banquetas. En muchas sociedades esos infractores deben sufrir penas corporales. Pensemos también en las infracciones sin víctimas: el consumo de drogas, el ultraje a la bandera, el recurso a la prostitución, burlarse de la religión de otros. Todas ellas, ahora, permiten encarcelar a alguien, aunque realmente no haya una víctima física y un daño palpable.

No siempre fue así antes de Shylock. Nietzsche, en La genealogía de la moral, hace la equivalencia lingüística en alemán: "culpa" extrae su origen de "deuda":

"El deudor, para infundir confianza en su promesa de restitución, empeña, para el caso de que no pague, algo que todavía posee, una cosa sobre la que tiene el control: su cuerpo, su mujer, su libertad o su vida."

En español, como los demás idiomas...

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