"El Chato" Rivera: Biografía de la ambición

AutorRodrigo Vera

A principios de los años sesenta monseñor Antonio López Aviña, entonces arzobispo de Durango, le aconsejaba a su joven protegido, Norberto Rivera Carrera, que para ejercer el poder se requiere guardar en la memoria todos los rostros y llamar a la gente por su nombre, y además, que las deferencias -sobre todo con los superiores- son muy redituables para conseguir o sostenerse en cualquier cargo eclesiástico.

A López Aviña -de línea conservadora y raigambre cristera- le había funcionado muy bien esa postura cortesana para escalar posiciones y conseguir el arzobispado de Durango, donde logró mantenerse por más de 30 años y desde el cual conquistó fuerte influencia sobre gobernadores, empresarios y políticos locales.

En aquel tiempo el joven Norberto acababa de egresar del seminario de la ciudad de Durango, donde sus compañeros de clase lo motejaban como El Chato por su cara aplanada, adusta y de labios gruesos, como las de aquellas colosales cabezas olmecas esculpidas en roca. Lauro Macías, expresidente de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Católicos Casados y quien coincidió con él en el seminario, recuerda:

"Le decíamos El Chato en el seminario. Iba un año adelante que yo; no era ningún estudiante brillante. Varios sacerdotes de su generación sostienen que el arzobispo López Aviña se fijó en él por su docilidad y su incapacidad para pensar por sí mismo. Aquella era una Iglesia carrerista, obsesionada con apoyar a las personas más serviles para que hicieran carrera en el sentido tradicional del término. El Chato daba ese perfil."

Norberto era vastago de una devota familia campesina de la comunidad de La Purísima, en la empobrecida zona duran-guense de Tepehuanes. Su padre, don Ramón Rivera, había tenido que emigrar de bracero a Estados Unidos para sacarlos adelante a él, a su hermano y a sus dos hermanas. Por fortuna para la familia, Norberto -quien de niño fue monaguillo- muy pronto se acogió a la sombra de la Iglesia, que le dio estudio, sustento, techo y un trabajo seguro de por vida.

Gracias al apoyo del arzobispo López Aviña, tan pronto salió del seminario Norberto logró viajar a Roma en septiembre de 1962 para estudiar Teología Dogmática en la prestigiada Universidad Gregoriana. Arrancaba entonces el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII y que introdujo una gran renovación en el quehacer de la Iglesia católica. Por las viejas calles de Roma deambulaban 2 mil 300 obispos de todo el mundo que asistían a congresos y ceremonias litúrgicas; la ciudad amurallada del Vaticano era un hervidero de hombres de sotana. En medio de esta efervescencia eclesiástica arribó el estudiante Norberto con techo y sustento asegurados en el Colegio Pío Latinoamericano, un internado de élite para los jóvenes sacerdotes de América Latina que llegaban a especializarse a las universidades...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR