Más sobre Chavela Vargas

De los abogados Carlos Gutiérrez y Pablo Barahona

Señor director:

Como abogados y por imperativo, afirmamos sólo aquello que podemos probar con documentos o testimonios. Nada más.

Es cierto que Isabel Vargas salió de Costa Rica a inicios del siglo pasado y que fue en México donde labró su leyenda, mutando a "Chavela Vargas". Su rencor hacia su país por la falta de reconocimiento no es seña propia. Lo mismo reprochaban sus amigas de entonces, Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, ticas remarcables que, desde ese au-toexilio que por sesgo académico e ímpetu cultural se impusieron desde muy jóvenes, la invitaron a viajar a ese país de tanto folclor y grandes espectáculos que era México ya por entonces.

Costa Rica se le hizo chiquita y por eso se fue. Luchó contra la aplanadora social que evita el genio original y ataca toda diferencia intelectual, creativa o sexual. Si eso pasa hoy, tremendo debió ser el contexto hace casi un siglo.

En principio, no se quedaría en México sino en Cuba, donde vivió varios años de intenso crecimiento artístico y tanto trabajo como pachanga. De ahí salió para México, país que convertiría en su principal sede, mas no la única. España se sumó mucho después a su pulmón, casi como un segundo respiro. Costa Rica nunca se le salió del todo, la llevaba en su sangre, dijera lo que dijera. De modo que doña Isabel no perdió contacto con su mundo, del que nunca salió su familia, hasta que la sacaron, no hace mucho por cierto.

Tenía casas en Costa Rica, también en Cuernavaca, hace más de 30 años, donde la visitaban sus amigas de verdad y su familia de siempre. Antes vivió en el DF; a mayores señas, en el "bulevar de los sueños rotos", así como mucho después en Veracruz, donde un político probo le regaló la "Casa de la Luna de Aries", justo frente al mar donde descansa la deidad Chalchi, gran señora de las aguas, a la que adoró.

Desacostumbrada a anclarse en un lugar, se marchó de Veracruz; más agradecida con los jarochos esta vez que lo que antes había quedado con los tepoztecos, a quienes compadeció afirmando que los dioses de Tepoztlán ya se habían marchado; como se marchó ella del Atlántico veracruzano al Pacífico guanacasteco, donde radicó largo tiempo a principios de este siglo, en una linda residencia contigua a la de su hermano Rodrigo, con quien intercambiaba mutua adoración. Pensionado él por una importante trasnacional, se radicó en Playas del Coco porque no podía dejar sola a su hermana, quien por fin buscaba...

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