Cuando la clase media sufre...

Es hijo de diplomático, estudió letras hispánicas en la UNAM y habla español, inglés y chino. Hasta abril era gerente de una aerolínea mexicana en el aeropuerto de Shanghai y vivía con su esposa y su hijo en China. Desde que la influenza pulverizó su puesto de trabajo no se ha colocado: vive en la colonia Peralvillo, está en el buró de crédito, tuvo que echar mano del dinero que ahorraba para su hijo, racionó sus gastos y se permite gastar 15 pesos al día en internet para buscar empleo. La crisis no le da para más.

"Esto es un lujo", dice con una sonrisa resignada, mirando el vaso de café Star-buks que bebe al momento de la entrevista. Como para avalar su identidad, lo que llegó a ser cuando trabajaba, saca de su cartera la tarjeta de presentación que usaba en su último empleo en la que se lee: Rodrigo Cerda Orozco, duty manager, Pudon Internacional Airport, Shanghai.

Él, como las otras personas que aparecen en este reportaje, afronta como puede el desempleo que alcanzó la cifra más elevada en 13 años. Todos ellos se animaron a ponerle su rostro al paro que viven 3 millones de mexicanos porque se rebelan a bajar la mirada, a que se les vea en forma condescendiente o como sospechosos de algún defecto que les impida ocuparse. "Es duro. Pensé que había pasado de estrato económico y de repente caer, tener dificultad para pagar mis cuentas, angustiarme porque ¡chin, nos gastamos 300 pesos en la cuenta! Ya dejamos de ir al cine, de salir a comer, de ir con amigos a tomar algo, de comprar cosas. A mi hijo le debo dinero porque tuvimos que agarrar de su cochinito", dice el treintañero, ávido de hablar. Después confesará: le sirve como desahogo.

Como otros, sólo comparte con su esposa su miedo a que el empobrecimiento se prolongue. Le molestan las miradas de pena que percibe en algunos de sus conocidos. Él, como la mayoría de los nuevos desempleados, lleva con decoro su situación y rechaza la sugerencia de que sea otro quien pague alguna de sus cuentas o siquiera su café.

"Soy algo orgulloso. Me cuesta aceptar que estoy pasando esta crisis, me cuesta", dice Rodrigo. Batalló para aceptar que su mamá inscriba a su hijo en una escuela privada y le pague las colegiaturas, pero tuvo que ceder porque considera que "la educación oficial es malísima".

Su esposa está en casa, deprimida, y tampoco ha podido encontrar trabajo. Por ahora, los Cerda sobreviven de dos clases particulares de inglés que él imparte y le ocupan tres días enteros, porque tarda cuatro horas en el puro traslado. Él está en litigio contra la aerolínea que lo invitó a Shanghai, le prometió sueldo de ejecutivo, le pidió que sufragara los gastos de mudanza con sus propios ahorros hasta conseguirle visa de trabajo, y lo despidió justo después de que ayudó a que salieran de China los mexicanos varados durante la crisis de la influenza.

La idea de ser indemnizado y de recibir la llamada de alguna empresa que requiera sus habilidades lo mantiene firme.

Días largos

La desocupación en México afecta a casi siete de cada 100 personas en edad productiva. Sólo el último año aumentó en un millón la cifra de damnificados del desempleo y, de acuerdo con el Centro de Reflexión y Acción Laboral, 90% de quienes están en paro...

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