El comisario no tiene quien le escriba

AutorFabrizio Mejía Madrid

"La campaña fue dura para mí, por lo disparejo de las fuerzas. Aun descontando un resultado negativo, decidí enfrentarlo, aunque tuviera que explicar cosas tan insólitas como que la Biblioteca Aya-cucho que dirijo desde 1974, no es una editorial que "publica frecuentemente a autores comunistas" (como asegura The New York Times, 14 de noviembre de 1982), por la simple razón de que es una colección de clásicos latinoamericanos de los siglos XVI al XX; que el semanario Marcha, destruido en 1974 por los militares uruguayos después de 35 años de gloriosa prédica intelectual, nunca fue confundido con un órgano del Partido Comunista por ninguna cabeza inteligente; que presentar la obra del poeta nicaragüense Rubén Darío, no es precisamente un acto subversivo. Estaba en juego la libertad académica, clave de cualquier sociedad democrática, pero aún más, para mí, la dignidad de los escritores latinoamericanos y nuestra tesonera defensa de nuestras nacionalidades contra todas las intervenciones y atropellos."

Ángel Rama, como muchos de los escritores en torno al boom novelístico de los sesenta y setenta, quedó atrapado en la Guerra Fría. La historia, diversa y compleja de esos 14 años, entre el triunfo de la Revolución cubana y el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile, creó un tipo de escritor que tuvo que decidir si apoyar las luchas de los pueblos latinoamericanos significaba, también, adscribir su estilo literario al realismo. Contamos, por ejemplo, con Julio Cortázar, quien defendió la revolución sandinista de Nicaragua pero fue calificado por Casa de las Américas como "intelectualizante" por sus modelos para armar; o Mario Vargas Llosa, furibundo defensor -en un inicio- y luego, denunciante de la Revolución cubana que siempre ha escrito novelas realistas, históricas, a la usanza de Stendhal. Creo que ese tipo de escritor de la Guerra Fría tiene como común denominador una idea de definirse ante la política bipolar -socialismo o capitalismo-, como si se tratara de decidir entre verdad y mentira. Es, por tanto, una decisión crucial para el arte y, sobre todo, para la vida. En ese momento, lo que se dice públicamente tiene una dimensión hacia la Historia y sólo la izquierda cuenta con un discurso sobre los pobres, la política, el sexo y la igualdad. La legitimidad del nuevo discurso público es de izquierdas, sea la de la Revolución cubana y su giro hacia la Unión Soviética; sea el tercer-mundismo de las guerras de liberación nacional y de...

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