La conciencia de Claudio Magris

La palabra escasa

En 1994, Claudio Magris estaba atrapado por una beca Humboldt que no le permitía salir de Alemania y el cáncer de su esposa, Marisa Madieri. Los dos eran parte de lugares imaginarios. Él había nacido en abril de 1939 en Trieste, esa ciudad que Roberto Ca-lasso ha descrito como el cruce entre el italiano, el alemán y las lenguas eslavas, y que perteneció al Imperio Austrohúngaro y luego a Italia, pero que quedó flotando como "una ciudad de papel". Quizás por eso, Magris concibe la escritura como "rellenar los espacios en blanco de la vida, suplantar el sueño con la letra. La li-teratura sólo puede sustituir lo que no existe". Su esposa había nacido, un año antes que él, en la vaporosa Fiume, que tras la Segunda Guerra Mundial pasó de Italia a Yugoslavia, lo que motivó el exilio de 300 mil personas a campos de refugiados -Marisa vivió su infancia en un almacén de trigo- en Trieste. Claudio Magris será, desde sus obsesiones -la literatura alemana del centro del Imperio Austrohúngaro, las fronteras como puentes y no como muros, las palabras que usan tanto Italo Sve-vo, Kafka o Joseph Roth como las que pueden hablar un sable que fue zarista y luego hitleriano (Conjeturas sobre un sable, 1986), un caballo, un nonato- el creador de zo-nas imaginarias que no están en los mapas: la Mitte-leuropa, el Danubio como río de palabras que recorre la única idea real de Europa, lo 'Hinternacional', "algo que esté detrás de las naciones y no por encima de ellas".

Pero en 1994 está atrapado en Alemania. Desde Trieste, desde el café San Marcos -en el que escribe párrafos acompañados de aceitunas-, sus amigos le avisan que será el candidato al Senado de un partido anti-Berlusconi, que todavía no existe. En su ausencia y alrededor de mesas en el café, sus amigos han imaginado al escritor de los lugares que son puro texto, como alguien idóneo para enfrentar al primer ministro inventado por la televisión corrupta, prepotente e inmoral. Se trata de una lucha épica entre el mundo de los signos (los escritores) y de las señales (la política desde las televisoras); un enfrentamiento democrático entre la cultura de la representación y la de la pura presencia; de lo escrito a lo simplemente transcrito. Es una lucha entre lo profundo y lo superficial, entre la unidad "sentida en la disposición de ánimo" y lo fragmentario que "sólo testifica la escisión". Pero la idea de sus amigos de postularlo para ese combate no era descabellada.

Así como el otro triestino Roberto Calasso era el re-visador de las mitologías antiguas y modernas en busca de una sacralidad latente, Claudio Magris lo era de la lucha entre la novela como creadora de "un sentido unitario de la vida en un punto que nos trasciende" y, por otro...

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