La condena de morir sin ser identificado

AutorMarcela Méndez

En México hay más de 40 mil personas reportadas como desaparecidas y cerca de 26 mil cuerpos sin identificar, según datos oficiales. Es un fenómeno cuya dimensión no se conoce en realidad, pues al registro de 40 mil habría que sumar las desapariciones que no se denuncian ante las fiscalías de la República. Es, además, una crisis forense, reconocen las mismas autoridades.

Karla Quintana, comisionada nacional de Búsqueda de Personas en México, explica que en el país los institutos forenses no tienen la capacidad para resguardar los cuerpos y de muchos de ellos no se sabe dónde terminaron ni si se les tomaron las muestras necesarias para identificarlos.

Al día de hoy no hay un diagnóstico certero y las instituciones continúan sin trabajar de manera homologada y coordinada, sin la tecnología necesaria para dar respuesta a esta emergencia.

A lo largo del país, quienes buscan a algún familiar se enfrentan a instituciones anquilosadas y a la falta de voluntad política para ayudarlos; han tenido que aprender cuál es ese camino burocrático a seguir para buscar a un ser querido, cargando en muchas ocasiones con el doloroso peso del fracaso.

En la Ciudad de México, los cadáveres de personas que no pudieron ser identificadas por las autoridades o reclamadas a tiempo por algún familiar o amigo se entregan a escuelas de medicina con fines de docencia e investigación. De hecho, decenas de personas terminan en algún anfiteatro escolar y, eventualmente, en la fosa común, a pesar de ser buscadas.

El caso de Laura

La falta de coordinación institucional tiene graves consecuencias. Laura, una joven que vivía en situación de calle y que hoy está en el nivel 10 de la fosa común, recorrió -a pesar de tener un nombre y ser buscada por sus amigos, acompañados por la organización El Caracol- el largo e invisible camino de quienes en los registros oficiales aparecen como "desconocidos" o "desconocidos no reclamados". Además ella no autorizó que durante meses decenas de alumnos estudiaran con su cuerpo.

Laura, originaria de Veracruz y que vivía con sus amigos en La Candelaria, una zona del centro de la Ciudad de México, enfermó de gravedad en diciembre de 2015 y fue trasladada en una ambulancia al Hospital General Balbuena. Entre este evento y que sus amigos avisaran a El Caracol pasaron apenas unas horas. Una educadora de la organización acudió al centro de salud, pero ahí le dijeron que no había nadie con el nombre de Laura ni con sus características; por no ser familiar no le permitieron ver a las pacientes ingresadas.

En ese entonces los miembros de El Caracol no tenían experiencia en la búsqueda de personas: telefonearon al Centro de Apoyo a Personas Extraviadas...

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