La construcción de un soldado

AutorDaniela Rea y Pablo Ferri

La biblioteca pública de este pueblo del sureste mexicano no es más que una sala pequeña con estantes vacíos y un cuadro de Benito Juárez decolorado en la pared. Pero allí está Ulises, un sargento retirado que trabaja como secretario del juez en la oficina adyacente. Ulises atiende las audiencias, elabora acuerdos, media en los pleitos entre vecinos, los choques viales, los reclamos de deudas y los divorcios. Es de mañana y hoy ha decidido robar un par de horas a los expedientes para contarnos sus andanzas como militar hace poco más de dos décadas.

Ulises es un tipo amable con una vida común: trabaja de lunes a viernes y pasa los fines de semana con su familia. Tiene algunos achaques en la espalda, resultado de sus años en el Ejército cargando mochilas de 20 kilos y durmiendo en literas de tabla. Habla quedito, se mueve con lentitud.

En la biblioteca hace mucho calor y la humedad es agobiante. Entra y sale gente que pide a Ulises en un murmullo que firme varios formularios; Ulises los firma sin prestar atención mientras se limpia el sudor de la frente con un pañuelo de algodón.

Con esa parsimonia arquetípica de burócrata, tan inmune al clima del trópico como a su propio relato, Ulises cuenta el ejercicio final de adiestramiento de un grupo de élite al que perteneció: él, con otros 30 soldados mataron a una perra a palos, desgarraron su carne con manos y dientes, la cocinaron en una fogata y la devoraron. No era por hambre: era un ejercicio de capacitación para la soldadesca. Tenían prohibido dejar caer una sola gota de sangre al suelo; si lo hacían, un oficial les daba un tablazo en las piernas. La perra estaba recién parida y ellos, La

Tropa, libraban la prueba final de su curso de sobrevivencia y cacería.

Era una perra recién parida, nos hicieron cargarla a la sierra ocho días, viva, y dos pollos. Era de color café, estaba grande, la estuvimos cargando, la amarrábamos para que no se escapara, ella también sin comer porque nadie llevaba comida. Cuando nos fuimos, uno no sabe cómo íbamos a pasar el fin del curso. Nos dijeron que teníamos que descuartizar sin utilizar cuchillo y prender la lumbre sin utilizar cerillo. Me acuerdo cómo descuartizamos el pollo con los dientes en el pescuezo, tenías que jalarlo y ya después soplar, hasta que se infle todo y ya después quitarle el cuero y como puede descuartiza uno, con las manos, abrir todo lo que tiene por dentro y sacarlo. Igual la perra, descuartizarla. A la perra la matamos con una vara, haz...

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