Consultas indígenas

AutorJosé Ramón Cossío Díaz

En el pasado reciente, en nuestro país se celebraron algunos acuerdos, se emitieron diversas leyes y se realizaron varias acciones. Por ejemplo, los protocolos internacionales más notables fueron adoptados, se acordó transformar a limpia la producción de ciertas energías y se generaron agencias u órganos que, a partir de cierta especialización, buscaban regular y contender con los modos tradicionales de hacer las cosas. Entre las intenciones y las realidades se mantuvo un amplio vacío. Ni todas las normas se emitieron con calidad, ni todos los órganos actuaron en consecuencia ni apartados de los dramáticos niveles de corrupción e incapacidad que esta labor no se merecía ni demandaba. Algo que, al menos en el discurso, era consistente, así fuera tímida y desorganizadamente, era la genérica aceptación del discurso que entendía que las cosas debían mirarse de una manera distinta, en mucho, alineada a la magnitud global del problema ecológico y a la dimensión internacional de las soluciones a tomar. En los tiempos que corren, me temo, esta condición está cambiando o, al menos, perdiendo relevancia.

Una de las características más fácilmente observables de la actual administración es el carácter desarrollista de su modelo económico. Tanto el presidente de la República como buena parte de los titulares de los órganos administrativos que le están subordinados nos dejan ver con frecuencia esa condición. Lo que para ellos importa es lograr transformaciones económicas que generen desarrollo, incrementen la riqueza y permitan una mayor y mejor distribución de los ingresos. En ello nada habría de reprochable, siempre que los objetivos pudieran realizarse en concordancia con otros, no pensados en los tiempos del desarrollismo mismo, sino generados para reparar algunos de sus más dañinos efectos. Por ejemplo, al hablarse de los grandes proyectos del régimen, aquellos que por alguna razón le suponen sentido e identidad, la variable medioambiental estuviera clara y rotundamente expresada y, más importante aún, garantizada. Que al hablarse de Dos Bocas, no sólo se señalaran, más allá de realidades, los volúmenes generables y sus costos de producción, sino sus impactos medioambientales, las posibilidades de prevenirlos y, más relevante, de paliarlos y remediarlos. Que al hablarse de la cancelación de los contratos energéticos o la postergación de instrumentos o rondas, se incorporara la variable de los efectos que ello causará en el advenimiento de las energías limpias. Lo preocupante con muchas de las propuestas que se están haciendo y con muchos de los modos en que se están operando, tiene que ver con la segmentación temática a que están sometidos. La visibilidad de las afectaciones medioambientales del desarrollismo actuante puede servirnos para comprender y resaltar las que, por motivos muy semejantes, ya se están dando en otro ámbito, menos visible, más precario e igualmente importante.

Muchos de los proyectos que quieren generarse y con independencia de sus buenas intenciones, factibilidades y retornos, tienen que ver con los indígenas, sus pueblos y comunidades. Respecto al Aeropuerto de Santa Lucía...

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