La corrupción en el Notariado

AutorMariano Albor

Vivió el último día de su vida algunos años después de su muerte. El prodigio sobrevino en la Ciudad de México. Víctima del Síndrome de Mendelson, un hombre llamado Carlos León González falleció el 27 de junio de 2007 (acta de defunción dixit). Después, el tiempo transcurría con cierta lentitud. Cuando estaba por cumplirse el cuarto aniversario de su deceso, don Carlos resucitó de entre los muertos. Esto obedeció a un olvido. Al llegar el amanecer en el que partió de este mundo no había dejado disposición testamentaria para decidir el futuro de sus deudas y bienes.

Una mañana, entre el bullicio oficinesco del World Trade Center y su laborioso vecindario que incluye varias oficinas notariales fue el escenario propicio para que tuviera lugar la milagrosa resurrección. Puede considerarse, en términos de probabilidad, que un acontecimiento de esta condición metafísica -valgan los términos-, no sea tan infrecuente en ese rumbo urbano porque cuando el difunto-vivo se presentó en el bufete de uno de los notarios ninguna empleada levantó la ceja ni abogado hubo que moviera un pelo del bigote. De esta manera y sin mayor demora, ante el imperturbable fedatario público que lo atendió, don Carlos dictó testamento público abierto y todo quedó en paz el día 31 de marzo de 2011.

Tal vez, alguno pueda pensar que ha leído una breve historia que satisface los lineamientos de la literatura de lo absurdo. Pero no es así, los hechos son reales y se prueban con la escritura notarial que contiene la última voluntad del de cujus, como llaman los abogados a los muertos. Por otra parte, este testamento notarizado forma parte de un conjunto de 10 instrumentos públicos de contenido espurio en cuya elaboración ha intervenido un grupo de cuatro notarios de la ciudad y que ha servido para privar de sus derechos a los verdaderos propietarios de unos lotes de terreno sobre los que hoy se levanta una torre de lujosos departamentos habitacionales en la zona elegante de la colonia Condesa: un pingüe negocio en el que han ganado todos menos los dueños. (Estas escrituras las tiene Proceso.)

Otro portento. La fórmula científica de Griffin, el personaje de H.G. Wells, es eficaz en la realidad. Los seres invisibles existen. Esas siluetas transparentes suelen acudir a una vieja casona de San Ángel que levanta su remozada antigüedad en la parte más alta de la breve cuesta de Altavista. Saber que hay pruebas sobre estos hechos resulta interesante sobre todo porque un notario ha dado...

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