Cosas, y melodías, del más allá

AutorSamuel Máynez Champion

Toda una gesta que logramos hacer pública merced a la generosa donación del eximio antropólogo Leonel Durán, otrora director del Museo de Culturas Populares.

Pero antes de entrar en la sustancia melódica, es necesario consignar diversas informaciones que incidan en la comprensión de este fascinante fenómeno y sus implicaciones; sobre todo aquellas relacionadas con la larga trayectoria del espiritismo en México; trayectoria que, ya documentada, se remonta, nada menos, que hasta 1868.

En ese año arrancaron en Guadalajara, tanto la primera publicación temática, La Ilustración Espírita, como las sesiones iniciales de acuerdo a las prácticas doctrinarias que surgieron en París -apenas una década atrás-, gracias al trabajo pionero de Allan Kardec (1804-1869), de quien hablaremos enseguida. Hacia 1872 se constituyó en la Ciudad de México la Sociedad Espírita Central de la República Mexicana, y de ahí todo el asunto devino efervescencia y práctica consuetudinaria en los estratos más pudientes de la sociedad mexicana(1), particularmente durante las primeras décadas del siglo XX.

Como pudo leerse en las cifras vitales de Kardec, en este 2019 se celebra su sesquicen-tenario luctuoso, con sendas actividades planetarias, entre las que destacan la reedición francesa de sus obras completas y el congreso ya citado. Asentado esto e insistiendo en que los seguidores de Kardec en nuestra nación se multiplicaron con copiosa velocidad -téngase presente, por ejemplo, que Gabino Barreda, Francisco I. Madero, Plutarco Elías Calles y Miguel Alemán fueron espiritistas fervorosos-, asentemos lo primordial del personaje en cuestión.

Allan Kardec, pseudónimo de Hypollite Léon Denizard Rivail, nació en Lyon en el seno de una familia con briosas inclinaciones intelectuales. Sus primeros estudios los realizó en su ciudad natal, concluyéndolos en Yverdón, Suiza, como discípulo del célebre pedagogo Johann Heinrich Pestalozzi. De vuelta en su patria, Rivail se enfrascó en una campaña pedagógica para lograr que las escuelas francesas acabaran de divorciarse de los dogmas religiosos que imperaban. Fundó su propio centro educativo en París, acorde con las enseñanzas de Pestalozzi, pero las adversidades y la cruenta oposición de la Iglesia lo obligaron a cerrarlo. Con estrecheces y amarguras de por medio, hubo de emplearse como tenedor de libros y como traductor de varios idiomas (dominaba además el alemán, el inglés, el español, el italiano, el holandés, el portugués y tenía...

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