La crítica de arte en "Proceso"

AutorBlanca González Rosas

Días más tarde Armando Ponce me invitó a colaborar en Proceso. Acordamos que la apuesta sería por una columna sustentada en el análisis. Un reto enorme, si se considera que la figura de Raquel Tibol era -lo sigue siendo- enorme. Desde la fundación del semanario en noviembre de 1976, sus agudas críticas e implacables Tibolazos, además de registrar e impactar el devenir de la escena artística, también construyeron el género periodístico de la crítica contemporánea del arte en México. Orgullosa de la sección cultural, Raquel Tibol comentaba que mucha gente empezaba a leer la revista por el final, que era donde se encontraba la información y opinión de las distintas disciplinas artísticas.

La nueva columna contó desde un principio tanto con el cálido apoyo de Armando Ponce como con la generosidad de Raquel Tibol. Los tiempos eran diferentes. Las nuevas prácticas artísticas, invadidas por los lenguajes neoconceptuales, ya no se valoraban sólo por sus atributos estéticos sino, principalmente, por su legitimación institucional, curatorial y comercial de carácter global. La definición del arte con base en el conocimiento había cedido el paso a la definición del arte por el mercado y, en México, las instancias gubernamentales evidenciaban su desconocimiento e incomprensión del nuevo orden artístico. Ante este panorama, la crítica periodística del arte exigía una misión y un sustento teórico que permitiera develar con seriedad y sencillez, sin viscerali-dades subjetivas, los mecanismos de poder que construían, definían y obstruían la escena contemporánea del arte en México.

La propuesta se basó en la definición del arte como un sistema de relaciones entre creadores y constructores. Los primeros eran los artistas; los segundos, todas las instancias intermediarias, incluyendo promotores, curadores, instituciones y mercado. Para ubicar, entender y desmenuzar estas relaciones, la gestión del arte se convirtió en el eje de la columna. Operada por individuos concretos con intereses particulares, la gestión permitía eludir la subjetividad del valor simbólico del arte. Opaco, maleable, ambivalente y plural, este valor es el responsable de que el arte pueda ser, al mismo tiempo, un objeto de lujo, un espectáculo banal, un entretenimiento cultural y un pretexto para el disfrute espiritual.

En un escenario creativo tan libre como en el que hoy vivimos, en el que cualquier idea, cosa o lenguaje plástico puede ser definido como arte, es indispensable que existas...

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