Crónicas desde mi cama / Acapulcazo

Tengo una amiga que se llama Vero. Es una mujer muy guapa y divertida. Hace unos días cumplió treinta años y lo celebramos yendo con la banda a un bar de estrípers. La neta es que Vero está bien buena. Conserva una figura que envidiaría cualquier veinteañera, unas tetas que son dos frescos y lozanos melones y un rostro de muñequita; de esas caras que cuando las ves, piensas que no rompe un plato, pero cuando la conoces, sabes que es capaz de acabar con la vajilla. Es casada y dice estar muy enamorada. Se nota que es la neta, pues su marido es un tipo a todo dar y tienen una niña que es un encanto. Por eso se porta bien y sus travesuras no pasan de escaparse una noche con sus amigas a pellizcarle un glúteo a estos papis medio encuerados y a contarnos sus antiguas glorias: - Tenía dieciocho años ¿saben?- Nos contó a todas acercándose y curveando la mano sobre sus labios, como si con eso nos invitara a ser cómplices de una confidencia. Después siguió: - A esta edad una todavía parece niña, pero ya se hacen travesuras de grande, digo, una ya es cancha reglamentaria y sabe que las abejitas y las florecitas nada tienen que ver con coger. A esa edad una lo que quiere es comerse el mundo.

Eran las vacaciones de semana mayor. Ya era viernes y el jueves santo había sido un día desperdiciado de un puente que amenazaba con terminar, antes de haber logrado al menos un buen reventón. Después de comer, fui a casa de Rebeca, una amiga de la prepa. Allí estaban ella, su primo Manuel y un tal Miguelito que dizque era novio de mi amiga. Todos estábamos aburridísimos, hasta que decidimos salir a dar el rol en el carro que hacía poco le habían dado a Manuel.

Como salimos sin rumbo fijo, Manuel agarró Insurgentes buscando algún lugarcillo abierto donde bajarnos al menos a echar unos tragos. Cuando vimos que ya andábamos por el estadio de CU, al Miguelito (que hasta entonces se había mantenido casi sin hablar), se le ocurrió proponer que nos siguiéramos hasta Cuernavaca. Nos pareció buena puntada. Ya en Cuernavaca Manuel dijo que si nadie se oponía, seguiría manejando hasta Acapulco. Desde un teléfono de moneditas en una Gasolinera de Cuernavaca hicimos las llamadas correspondientes, cada quien dando la coartada más creíble. Todos apoquinamos la lana que traíamos, vimos que alcanzaba pa' la gas y las casetas y agarramos, sin más promesa que la aventura, la autopista del sol.

Llegamos casi a las once de la noche. Pasamos por lana a un cajero y nos fuimos directito...

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