Crónicas desde mi cama / ¡Buza Caperuza!

Ya comenté algo de esto el martes pasado; todo comenzó a propósito de un evento biológico que cada 28 días, pone en aprietos mi ejercicio profesional. Andrés (el que viene cada mes) tuvo la desfachatez de hacerme su visita periódica. Ni modo: Una de las desventajas más claras de mi negocio, es que es el único que una vez al mes tiene que cerrar el área dónde despacha, por hemorragia en la zona de ingreso de la clientela. Y es que aunque hay consumidores a quienes no les importa cuando les aviso que estoy reglando, a mí definitivamente sí me importa. Como que -por más noctámbula que soy- todavía no le entro al rollo del vampirismo de paga y como, por otro lado, se me hace de una descortesía imperdonable la posibilidad de enchipotlarle la aventura a un cliente, en esos días definitivamente cierro el changarro por mantenimiento.

Lo cierto es que aunque me resulta extraordinariamente incómodo trabajar en mis días, también lo es el hecho de que es justo el momento en el que más ganas me entran de estar bien acompañada. No sé que suceda en mi cuerpo con la menstruación, pero me provoca un fantástico impulso por meterme en los brazos de un hombre. Simplemente me da una calentura de encuérate que ahí te voy. Lo bueno es que, siempre que haya un agua, jabón y una regadera, donde darnos un baño después, el Guapo no tiene inconveniente con ponerle un poco de adobo a la diversión, así que cuando casualmente le avisé que estaría fuera del negocio por unos días, él agarró sus chivas, las puso en una maletita y pasó por mí para dar el rol sin destino definido.

Nos subimos en el coche y, sin más ni más, agarramos la carretera rumbo a Toluca, aunque le dimos la vuelta por el nuevo libramiento. Pasando la primera caseta rumbo a Atlacomulco nos ejecutamos una barbacoa riquísima y un consomecito capaz de resucitar a un muerto, luego tomamos una desviación, nos salimos de la carretera de cuota y seguimos recorriendo veredas. Un cuate me había hablado de un lugarcito bueno, bonito y barato en Michoacán que se llama Los Azufres. Los paisajes eran impresionantes, pero las curvas mareadoras. Cuando al fin llegamos a Los Azufres nos recibió con bombo y platillo una condenada lluvia de esas que hacen parecer que el cielo se viene abajo. De cualquier modo yo iba contenta y portaba una sonrisota que no podía borrarme de la boca.

Entramos corriendo a una cabañita y nos dimos cuenta de que aunque estaba a toda madre, los lugares siempre son mejores en la imaginación del...

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