Crónicas desde mi cama / Familia disfuncional

Es gracioso cómo puede pasar un buen rato sin que suceda nada realmente interesante, y de pronto pasen un montón de cosas que le dan un giro divertido a la vida. Antier me moría de aburrimiento, para el día de hoy, ya me reconcilié con la más desmadrosa de mis primas, me enteré de que otra de ellas (de mis primas) está trabajando de pirujilla y tuve la ocurrencia de meterme a chambear de incógnita en una casa de citas. Pero las historias, como las monedas, hay que contarlas una por una, así que empiezo por la de la reconciliación.

Ayer estaba a punto de meterme a bañar cuando sonó el teléfono. Era Angélica, mi prima. Llamó para contarme los últimos chismes familiares. De niñas nos llevábamos muy bien, pero terminamos por mandarnos al demonio por incompatibilidad de histerias. De esas veces que basta con que una sienta que la otra la vio feo, para acabar mentándonos a nuestras respectivas tías y jurándonos rencor eterno. Maravillosamente, todo se arregló con una llamada y la invitación a compartir un par de chismeas frescos.

El primer chisme era que en días recientes se reunieron algunos parientes que, en medio de palabras solemnes y lamentaciones, decidieron nombrarme oficialmente la oveja negra la familia. No sólo por los méritos de mi destrampada vida (y de la poca vergüenza de publicarla), sino por mi nueva gracia de seguir inmiscuyendo a la parentela en mis desfachateces. La única que me defendió del linchamiento sumario- y estoy segura de que así sucedió- fue Angélica. Les dijo que si ellos no me mantenían ni apoquinaban para mis gastos, no se metieran en lo que hacía o dejaba de hacer con mi culo.

Nos reímos, pero lo que me contó no fue nada nuevo. De ese percudido rebaño yo he sido la oveja negra muchísimo antes de comenzar a vender las nalgas. La negrura de mi lana de oveja descarriada no está en que le ponga precio a mis caricias, sino en el hecho de rebelarme al balar de la borregada. Afortunadamente, en rebeldía, Angélica es tan negra y retorcida como yo y, aunque ella no cobra un peso por coger, es orgullosamente putísima. Ora sí que, le encanta la reata y no discrimina. Es de las que piensan que el sexo es una necesidad tan primaria como comer o respirar, así que le vale gorro cómo le haga, pero si no tiene galán de planta, se tira al primero que se le pone enfrente. Obviamente, con el cuerpazo que tiene, nunca le hace falta un buen samaritano que le haga el favor de apaciguar sus calenturas.

Una de las gracias que nunca se...

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