Crónicas del Metro/ Sueños Húmedos

La sonrisa era de malicia; de gozo, satisfacción. Aunque sus ojos permanecían cerrados y cada vez más relajados, el movimiento de sus manos comenzó a ser rápido y más fuerte.

Era un joven. Delgado, muy delgado. Sus huesos sobresalían por encima de su piel. Sus piernas largas comenzaban a encogerse y estirarse lentamente. De repente se resbalaba del asiento pero jamás dejó de lado aquella sonrisa.

Era el pasajero sentado justo en el asiento impar que hay en todos los trenes del metro. Aquel asiento que está reservado para los ancianos, mujeres embarazadas y personas con alguna discapacidad.

Su sonrisa y movimientos me desconcertaron al principio. Sus manos recorrían suavemente, primero, su pecho y luego su abdomen. El tipo comenzó a frotarse las piernas y continúo con sus ingles.

Mis ojos abiertos más de lo acostumbrado se quedaron mirándolos sin poder parpadear. Al principio no entendía qué pasaba. O tal vez estaba despistada y de repente captar esa imagen me desconcertó por un momento.

Mi cara de asombro era poco a comparación de las facciones de aquella mujer canosa y con grandes anteojos de fondo de botella. Por su boca era posible introducir una naranja, es más una mandarina, de aquellas de epoca de Navidad.

La pobre mujer no daba crédito a lo que veían sus ojos. La cabeza del joven tenía movimientos ascendentes y descendentes.

La mala suerte le llegó a esa ancianita en el momento que decidió subirse en la estación Centro Médico, y sentarse justo a lado del sujeto que por su aspecto sucio y sus ropas arrugadas parecía estar borracho o ser un indigente.

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