Crónicas del Metro / Compras peligrosas

El Barrio de Tepito lo conocí un sábado de 1984 cuando me lancé a la aventura junto con un amigo en busca de un par de tenis Nike que entonces no se conseguían fácilmente, pero que casi me cuestan la vida.

Durante varias semanas sacrifiqué salidas al cine, discos nuevos e idas a los juegos de video para ahorrar aquéllos billetes que llevaba yo escondidos en el calcetín derecho cuando me sumergí entre la gente que entraba y salía de alguna de las calles que desembocan en el Eje 1 Norte.

La excursión transcurría en medio de constantes ofertas de yoimbina, tinta china y otros míticos afrodisiacos, nada fuera de lo común, sin embargo tuve una sensación de intranquilidad cuando un par de adolescentes comenzaron a caminar junto a nosotros haciéndonos preguntas extrañas.

¿Qué van a comprar?, ¿con quién vienen?, ¿en dónde viven?, cuestionaba uno de los jóvenes. ¡No hagas iris güero, no hables fuerte, camina despacio si no quieres que te caiga el chile!, le advertía el otro tipo a mi amigo, y supe de lo que se trataba.

Yo traía un billete de dos mil viejos pesos en mi bolsa y pensé que entregándoselo terminaría el problema, así que le pregunté: ¿Qué quieres?, ¡La lana!, respondió en voz baja.

Le ofrecí el billete, él lo tomó y lo guardó con un enorme rollo de billetes que guardaba en una bolsa de su pantalón, pero no se conformó.

¡Si no me dan toda la lana los vamos a llevar a unas bodegas que están acá atrás, los vamos a madrear, los vamos a encuerar...

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