Cruel tormento

Manuel Díaz fue un hombre valiente que defendió con sangre lo que consideraba justo, frente a los implacables y sanguinarios jueces de la Santa Inquisición.

Al parecer, llegó a México de España con los más de 100 pasajeros que acompañaron a Don Luis Carvajal y de la Cueva a tomar posesión y a poblar los mil 100 kilómetros cuadrados que le otorgara el rey Felipe II en una Capitulación a fines de mayo del año de 1579.

En esos años no se permitía pasar a la Nueva España a los cristianos nuevos (ex judíos convertidos al catolicismo), sin embargo, Don Luis lo consiguió.

Gran parte de ese terreno otorgado por el monarca a Carvajal, ya estaba ocupado por otros terratenientes y eso originó una fuerte oposición.

Dícen que fue debido a esto, que Don Luis de Carvajal (primer Gobernador del Nuevo Reino de León) fue acusado de ser un Cristiano Nuevo y practicar las Leyes de Moisés.

En el mes de enero de 1596, la familia Carvajal fue remitida a las cárceles secretas de la Inquisición acusados de ser judaizantes.

Ya antes, en 1590, se les había acusado de la misma falta, así que esto agravaba su situación.

Por eso, toda su familia fue procesada, encarcelada y atormentada, y para evitar el dolor y sufrimiento de los crueles aparatos de tortura, acusaron a otras personas de ser también judaizantes.

Entre ellos estaba Manuel Díaz, de quien se muestra aquí una parte del Proceso para que se conozca cómo trabajaban los "santos inquisidores".

El escribano describe así el terrible suceso:

Fue llevado a la cámara del tormento como a las 8:45 de la mañana y se le amonestó para que dijera la verdad y así evitara el dolor que tendría que soportar si no contaba lo que sabía.

El condenado respondió que decía la verdad y no se retractaba de ello.

Entonces mandaron al verdugo para que lo desnudara, dejándolo solamente con un calzón de paño blanco.

Fue recostado en el potro y se le ligaron o sujetaron los brazos con unas correas de cuero a la altura de los bíceps.

La primera vuelta apretó poco las correas y se quejó levemente, pero ya en la tercera, al insistirle el ministro para que dijera la verdad, exclamó a gritos: ¡Ay, Dios de mi alma, ay, de mí que me matan, que me matan (lo repitió muchas veces), no puedo decir lo que no hice, mejor quítenme la vida!

Tuvo que soportar el terrible dolor de hasta diez vueltas en sus desgarrados músculos del brazo, entonces les dijo llorando...

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