Un cuarto con Wi-Fi. Guía de masculinidades

AutorFabrizio Mejía Madrid
  1. Mi padre nació cuando el término masculinidad había sustituido a "hombría". Este cambio significó todo para su generación porque, en vez de que ciertos comportamientos fueran exclusivos de algunos patriarcas, militares, revolucionarios -"la hombría"-, ahora la masculinidad estaba dada por la biología. Era esa esencia incontestable de "lo natural" lo que hacía la cultura y determinaba "lo social". La biología no era una forma cultural de ordenarnos en categorías, sino una ciencia neutral. Nada de neutral tiene que se represente a los espermatozoides como guerreros que compiten por conquistar al pasivo óvulo o que la lactancia en las hembras quiera decir que su papel social es el de nutrir, cuidar, conservar. Cuando sacamos conclusiones morales de "lo natural" usamos el discurso científico para legitimar las desigualdades. Si sólo hay dos sexos, los demás géneros no son "naturales". Si existe algo esencialmente malo en los hombres -la testosterona, ese elixir mágico de la violencia y la agresión-, entonces habría que matarlos a todos. Si existe algo biológicamente distinto en las mujeres -embarazarse-, entonces su lugar es, como aseguran los católicos de derecha, la cama y la cocina. Yo, con el Lawrence Durrell de El cuarteto de Alejandría, me inclino a pensar que los sexos son más de seis.

  2. Crecí con las imágenes de la biología sobre los sexos. Sólo eran dos: macho y hembra. Y, al contrario de lo que la ciencia decía en el siglo XVIII -que los órganos reproductivos del hombre eran los mismos que los de la mujer, nada más que por fuera- ahora lo binario se presentaba como un imperativo: si usted es varón, entonces debe ser masculino. El "debe" hizo de todo el asunto una prescripción, más que una descripción: el hombre masculino -gónadas y género en un sólo archivero- es, vamos a ver: contener la emoción, aguantar la adversidad, no manifestar dolor ni alegría -los tipos duros no bailan-, salir airoso de un conflicto, conquistar. El derecho a dirigir se legitima con un discurso científico: la testosterona no argumenta su propensión a la acción violenta y los miles de espermatozoides discuten la necesidad de preñar a cuanta mujer se les cruce en el camino. Esa construcción cultural "científica" se ha ido matizando cuando se descubrió que la testosterona se genera después de que se ha decidido emprender una acción violenta, y que el número de espermatozoides realmente no se comportan como una horda de galos tratando de entrar Roma. Todas esas...

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