Cuernavaca: el tour del horror

AutorJosé Gil Olmos

Cuernavaca, MOR.- Por las noches, la ciudad se divide en territorios: al poniente está lo que queda de la banda de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie, y al aoriente el Cártel del Pacífico Sur (CPS); cada uno defiende su zona y en las calles serpenteantes de las colonias más peligrosas los jóvenes halcones vigilan quién entra y quién sale, mientras que las luces de neón alumbran a medias las camionetas de lujo con hombres armados que se detienen en los antros, narcotienditas y bares.

Es un Cuernavaca distinta de aquel paraíso campestre cuyos horrores sólo veía Malcom Lowry en su novela Bajo el volcán, ni el refugio de intelectuales y familias que buscan tranquilidad. Ahora es la ciudad del crack, la cocaína, el alcohol, la mariguana, la prostitución y las ejecuciones. La antigua “ciudad de la eterna primavera” se transformó en la tercera consumidora de drogas y la quinta más violenta del país.

Vamos a recorrer los rincones más peligrosos de la ciudad durante varias horas, hasta la medianoche y no más, porque en la madrugada ya nadie ajeno se atreve a circular por las calles de las colonias Barona, Carolina, Flores Magón y Jiutepec.

Los guías muestran casas con infinidad de impactos de bala, quemadas y abandonadas; esquinas y lotes baldíos donde suelen dejarse cadáveres; paredes de negocios y casas en los que el Cártel del Pacífico Sur pinta sus iniciales a modo de marca territorial; los negocios clandestinos donde toda la noche se vende droga y alcohol, cervezas al por mayor, e incluso se ofrecen prostitutas menores de edad.

“Aquí en Jiutepec –dice uno de los acompañantes– no entran los taxis después de las nueve de la noche. Los jóvenes andan con una mochilita cruzada y adentro tienen las armas. Les pagan 3 mil pesos por ser sicarios. De aquí era El Ponchis, el niño de 14 años que mató un chingo de gente para el cártel del Golfo. Dicen que como hablaba como cholo, entre inglés y español, esto le ayudó para entenderse con un extranjero que le enseñó a matar y torturar. (Los narcos) los contratan chavitos porque saben que si (los policías) los agarran no los tendrán mucho tiempo en la cárcel.”

Minutos después de que dice esto, en la colonia Barona, tres jóvenes con una bolsa cruzada en el pecho pasan a bordo de una motoneta. Señal de que hay que moverse rápido y salir de la zona, dejar atrás esta colonia así llamada en honor del zapatista Antonio Barona, que a los 14 años ya era reconocido por su crueldad para matar en la turbulencia revolucionaria.

La Barona tiene decenas de calles estrechas que pueden ser una ratonera o el mejor refugio para cualquiera que trabaje en el crimen organizado. De día la recorren miles de transeúntes, pero de noche sólo sus habitantes se animan a caminar por este territorio narco.

Las historias de muertes son cotidianas en esta colonia. La más reciente ocurrió el...

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