Da Vinci sin código

AutorFabrizio Mejía Madrid

Antes del "Código" de Brown, tomado del libro de los esotéricos y paranormales autores conspirativos Lynn Picknett y Clive Prince, Leonardo no es un sabio con una religión secreta sino el hijo bastardo -como Petrarca o Boccaccio- de un notario, Piero, y una campesina de dieciséis, Caterina. Su padrastro, apodado El Pendenciero, entendió pronto que su hijo no servía para llevar el debe-haber de los ábacos, sino para dibujar. Desde niño, Leonardo domina la escritura de espejo que se le enseñaba a los zurdos desde el siglo XV para que no emborronaran la tinta con el dorso de la mano, y el sombreado de sus dibujos va de abajo hacia arriba. No oculta algo en esa escritura. De hecho, más que las pinturas, el legado más vasto de Leonardo son sus cuadernos -se conservan 7 mil pliegos- donde apunta desde las listas del mercado hasta una fábula o un aforismo, pasando por fechas significativas -se equivoca freudianamente en el día en que su padre fallece y de su madre sólo desglosa cuánto le costó enterrarla-, su persistente compulsión por la "cuadratura del círculo", y cientos de dibujos anatómicos, militares, su colección de rostros grotescos recabada en cientos de paseos, apuntes en las esquinas como el que le dedica a su miembro viril: "Tanto despierta como dormida, hace lo que quiere. A veces, el hombre quiere usarla y ella, no. Y, de vez en cuando, es ella la que quiere y el hombre se lo prohíbe. Así pues, parece que esta bestia posee un alma y una inteligencia que son independientes del hombre que la porta".

Su imaginación cinética proviene, sin duda, de la mezcla que existe entre espectáculo y política en las ciudades italianas renacentistas. En Florencia y en Milán, los gobernantes -Médicis o Sforzas- contratan los servicios de Leonardo como diseñador de máquinas teatrales para hacer volar, girar, explotar, desaparecer personajes en escenas fastuosas que suceden en desfiles, conmemoraciones de batallas, cumpleaños de los gobernantes. Muchas de las máquinas que hemos tomado como fantasías de helicópteros o submarinos en realidad fueron ideas de Leonardo para el gran teatro de lo público. Como su amigo que le revisaba los contratos que rara vez honraba, Nicolás Maquiavelo, Leonardo dependió de la gracia de los gobernantes poderosos: Lorenzo de Medici, Ludovico Sforza, el rey de Francia, Francisco I, y César Borgia. Sus más locos encargos provienen de ellos: una estatua ecuestre de Francesco Sforza, cuyo bronce acaba en decenas de cañones -de...

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