En defensa de la administración pública

AutorJosé Ramón Cossío Díaz

El presidente de la República aparece a diario en las conferencias mañaneras para hablar de una amplia y diversificada cantidad de temas con posiciones definitivas y definitorias. Un día es la corrupción, al otro los corruptos, luego las empresas, la pobreza, el pasado, la conquista, el futuro, los conservadores, las inversiones, los desaparecidos y así, tejiendo y destejiendo, lo que vaya sumándose. A lo dicho a tan tempranas horas se acumulan los decires del mediodía en algún lugar del territorio nacional. Con formatos distintos y materias prefijadas, las constantes comunicativas no varían. Nuevos anuncios, nuevos posicionamientos, nuevos opinares de mucho, cuando no de todo. La cantidad abruma. En una misma sesión se dicen tantas cosas que es difícil cernirlas. Muchas son, bien escuchadas, sustancialmente irrelevantes. La falta de sustento de lo afirmado, la posposición de la respuesta, lo ambiguo del decir, provocarian la sordera ante un comunicante distinto. Lo que las hace relevantes es la calidad de quien habla. Lo dicho por el presidente de la República puede convertirse en acción política o jurídica y afectar vidas o patrimonios, transformar modos actuales de convivencia o afectar los del porvenir.

De entre las muchas cosas que el presidente ha dicho y que, a fuerza de repetirlas él y no reflexionarlas nosotros tienen aceptación generalizada, es lo relativo a los servidores públicos y a las funciones que realizan. Partiendo de su generalizado modo de ver el pasado inmediato como causa de males, el presidente ha considerado que quienes laboraron en los gobiernos anteriores eran o corruptos, o sinvergüenzas, o incompetentes o miembros de organizaciones mañosas, o una mezcla de todo ello. También, y por separado, ha considerado que el gobierno era grande, abundoso, caro, lleno de duplicidades y generador de enormes privilegios personales y corporativos. Para comprender en una sola unidad a los malos funcionarios, los privilegios, las malas prácticas y las disfunciones, López Obrador ha echado mano de un término tan común como odiado: la burocracia.

Si tratamos de identificar lo que esa expresión evoca, aparecen confundidos, efectivamente, agravios, dispendios, molestias y otros muchos recuerdos negativos. Recordaremos al "gutierritos" de entonces o al "godín" de hoy, la torta en el escritorio, la factura del "refri" como requisito de trámite, la comedida solicitud de propina o la franca extorsión, el cierre de la oficina cuando ya tocaba turno o las vueltas y formalidades superñuas. Con estos agravios en mente, agreguemos los sueldos, los seguros, los autos, los choferes, las comilonas, los viajes o el nepotismo. Hecha la suma, comparemos el resultado con la situación de vida de gran parte de los mexicanos, las penurias que...

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