Democracia y "selfies"

AutorFabrizio Mejía Madrid

Más allá de ser usado como prueba de verdad -aquí y ahora-, la selfie ha tenido un filo crítico frente a las falsificaciones de los medios tradicionales. Todos recordamos a los estudiantes de la Universidad Iberoamericana autofilmándo-se con sus credenciales de estudiantes a cuadro para demostrar que eran alumnos y no "provocadores", "fósiles" o "porros", como decía la televisión después de que malograron la campaña televisiva del entonces candidato Peña Nieto. En cierto sentido, la selfie puede ser usada como una recuperación de la foto como registro del encuentro entre el observador y el sujeto. Tomarse un autorretrato es, siguiendo a Susan Sontag, apropiarse de uno mismo y de su representación -incluyendo el texto que le da sentido- y, por lo tanto, generarse un poder.

Pero los misterios que envuelven desde el hace muchos siglos al autorretrato continúan y se agudizan con la selfie: me fotografío para ver cómo me veo fotografiado, lo hago en un contexto en el que me interesa que me vean -aunque sea sólo yo mismo- porque sólo existo en ese instante como contigüidad, de otros y del lugar y, no menos interesante, si cambié pixeles para hacerme más o menos luminoso, alterar el fondo, aparecer y desaparecer a los otros, qué dice esa simulación sobre mí.

En Después de la fotografía, Fred Rit-chin, plantea dos preguntas: ¿Qué había antes de la fotografía y qué antes de la imagen digital? Las respuestas obvias -la pintura y la cámara- no son las más precisas. Antes de la fotografía existía la memoria. Antes de lo digital, la conversación. Ninguna de las dos ha sido jamás evidencia pura; los recuerdos y la narrativa que los une, la memoria, pueden divergir al igual que una conversación impactada por las visiones de muchos, una comunidad que se forma, efímera, ante una imagen. La memoria del instante fotografiado queda como registro, testimonio, ayuda para recordar el momento e, incluso, para demostrar dicho suceso. Pero, desde el inicio, la fotografía es una puesta en escena, desde el encuadre hasta el contexto con el que se presenta -el pie de foto-, es "una cita de las apariencias". Por su parte, la imagen digital crea una conversación, cuando no una disputa, porque supone que los pixeles de los que se compone pueden ser transformados. Es como si el pie de foto se hubiera refugiado dentro de la imagen y pudiera ser modificado al gusto de quien la publica.

La imagen fotográfica, de una cámara o de un celular, nunca ha sido inobjetable, sino todo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR