Deporte, crimen y juicio paralelo

AutorMariano Albor

Cuando el atleta sudafricano aniquiló a su pareja en el interior de su residencia el día de San Valentín de 2013, en una historia novelesca o periodística del agresor y su víctima como una trama tejida de deporte, fama y logros personales que trajeron aparejada la fortuna económica, quedó expuesto un fenómeno que ya se encontraba larvado desde hace mucho tiempo: en su desarrollo, el deporte moderno ha generado su propia criminalidad.

Que el deporte es criminógeno es algo que ya no se duda. Como una constante actividad humana -el juego pertenece a la naturaleza del hombre- el deporte ha participado activamente y a veces con anticipación en los procesos históricos de mundialización y globalización -sus mecanismos financieros provocan la admiración en el universo de los negocios y resultan atractivos para el crimen organizado-, y se ha convertido en un producto industrial en el mercado, sujeto a las fuerzas invisibles de las leyes de la oferta y la demanda. Esta transformación ha dejado en la evidencia que sus directivos, empresarios -los hay para todos los paladares criminológicos- atletas, deportistas y consumidores (aficionados, hinchas o fanáticos) dan lugar a hechos criminales que ya no aparecen como comportamientos aislados o individuales en ejercicio del libre albedrío, sino que se orientan como conductas que se articulan dentro de las estructuras y sistemas deportivos a los que pertenecen.

Esta tesis puede escandalizar a sacristanes y monaguillos de esta religión de dioses minúsculos que es el deporte. Así que no queda más que ejemplificar. El boletaje es una tentación. Así que no extraña que dirigentes del Comité Olímpico Internacional incurran en la venta ilícita de billetes de entrada a las competencias de carácter olímpico. Las casas de juego contaminan ligas, competencias, partidos y hasta jugada por jugada en sus indeteni-bles afanes lucrativos. La policía suiza, que es una de las mejor capacitadas para aprehender a los huéspedes mientras duermen a pierna suelta en los hoteles cantonales, se despachó con la cuchara grande y, a petición de los tribunales de Nueva York, barrió con los dirigentes de la FIFA una madrugada. Algunos de ellos ya han confesado sus andanzas y fechorías ante su juez de Brooklyn.

La democracia española no pudo escapar a la tentación de los caudales que ofrece a manos llenas la corrupción. A los políticos y empresarios de ambición desmedida siguieron los dirigentes deportivos. Hoy viven las penalidades de...

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