El deseo de la omnipotencia

AutorJavier Sicilia

Aunque la Ilustración destruyó el sentido vicario del rey como representante de Dios, no destruyó, sin embargo, la idea de su poder omnipotente que sigue operando en la parte más infantil de nuestro inconsciente colectivo. Así Napoleón -que afirmó que nadie podría detener la revolución- se coronó emperador. Stalin, al responder a su madre que le preguntaba en qué se había convertido, respondió: "En una especie de zar" que el pueblo, convertido en camarada, llamó "padrecito". Hitler se erigió en Führer: líder y guía del pueblo alemán.

En México -que, a partir de la Colonia, sólo conoció la figura del rey como una presencia que gobernaba allende los mares- la tentación de encarnarlo, de hacerlo presente ha acompañado a casi todos sus políticos y a una buena parte de eso que hoy nuestro gobierno llama decimonónicamente pueblo. Hidalgo quiso traer a Fernando VII; Iturbide se erigió en emperador, Santa Anna lo emuló disfrazado de presidente y los conservadores trajeron a Maximiliano. Los liberales, que no querían utilizar términos conservadores, lo disfrazaron de dictador, de cacique o de presidente.

En todos nuestros gobernantes el deseo de encamar la omnipotencia de las realezas ha pervivido, en mayor o menor grado, como una tentación: "¿Qué harán mis hiji-tos sin mí?", exclamaba con tristeza Porfirio Díaz al salir rumbo al exilio, y qué decir de esos reyes despóticos que crearon el Maxi-mato, el huertismo, o los tiranuelos que cambian de rostro cada seis años y que mantienen de alguna forma su "derecho" al poder; qué decir del caciquismo estilo Gonzalo N. Santos, Tomás Garrido Canabal, Javier Duarte, Graco Ramírez, los hermanos Humberto y Rubén Moreira, de líderes sindicales como Elba Esther Gordillo o Carlos Romero Deschamps; qué decir de los capos del crimen organizado que aprendieron de ellos.

No ha sido distinta la posición del pueblo que desde la Colonia ha vivido de las dádivas de ese poder omnipotente que nunca se dedicó a construir ciudadanía, sino subditos, clientes, programas asisten-cialistas que derivaron en la corrupción, prebenda que han hecho del puesto burocrático una especie de ducto conectado al preciado líquido del erario, y la esperanza, casi teológica, en el que el próximo en llegar al poder será el bueno y nos beneficiará con alguna dádiva, que el mexicano llama justicia.

México parece no poder pensar ni vivir de otra manera -si es posible llamar vida a la corrupción y la violencia que brota de las paredes del país y de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR