Deshonra

AutorFabrizio Mejía Madrid

En la novela Deshonra, de J.M. Coetzee -vergonzosa sólo porque tradujeron el título en español como "desgracia"- se describe así ese juicio sobre otro: "Es por la deshonra. Es por la vergüenza por lo que calla y baja la mirada. Eso es lo que han conseguido los visitantes; eso es lo que le han hecho a esa mujer tan segura de sí misma, tan moderna, tan joven. Como una mancha, su historia se extiende por toda la provincia. No es la historia de Lucy la que se extiende, sino la de ellos: ellos son los dueños. De esa forma la han puesto en su sitio, así le han enseñado para qué sirve una mujer". La novela es la historia de una deshonra, la de la hija del narrador, Lucy, que fue violada por extraños y quedó embarazada de ellos. Sucede en Cabo Este, Sudáfrica, y narra la imposibilidad de defenderse ante el rumor y la vergüenza en la provincia post-Mandela. Mezclados, la intimidad y el honor se confunden. Pero son distintos: una, debe contar el derecho al secreto y la segunda, poder defenderse de la difamación y el escarnio públicos. En el caso de la privacidad, de la intimidad, no vale alegar que el dicho o la foto sea o no verdadera. Pero, en el caso del honor público, si es verdad, hace toda la diferencia, porque justifica la divulgación de la historia como noticia. Esa diferencia, es la que puede hacer que un juez se incline o no por una reparación del daño, esa ambigüedad de la justicia insuficiente. En mi caso, recuerdo que el ministerio público, probablemente sobornado, decía que no venía al caso saber si mi dicho era o no cierto, sino si causaba "daño moral", es decir, si perjudicaba o menoscababa a los demandantes. Acabó confundiendo el derecho a la privacidad -controlar cuándo y quién accede a una vida personal- con dañar intencional-mente la reputación de alguien frente a los demás.

-La libertad de expresión, no es libertinaje -me dijo rebuscando algo en una caja de cartón.

Me tomó la declaración mientras se comía un pedazo de pizza.

La intimidad y el honor son dos cosas muy distintas. La primera tiene que ver con todos. La segunda, casi siempre con los poderosos y los hombres públicos. En La vida frágil, la historiadora Arlette Farge afirma que, en el siglo XVIII, es cuando la gente que comienza a desbordarse en las ciudades, empieza a fijarse en el derecho al secreto que implica toda privacidad: "Por primera vez el pueblo empieza a vivir frente a frente y esa observación constante de uno a otros proporciona la información acerca del...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR