El desprecio por el otro

AutorJavier Sicilia

El amor abstracto vela el rostro del prójimo para sacrificarlo en aras de algo amorfo que se toma como absoluto. Cuando ese amor se vuelve el centro de la existencia, el que no pertenece a él pierde su condición de prójimo para volverse un enemigo, una cucaracha, una liendre o, en eufemismos, un fifí, un conservador, un chairo, en suma, un ser despreciable cuya existencia incomoda. Así procedió la propaganda nazi contra los judíos antes de exterminarlos: reducido el otro a una excrecencia mediante el lenguaje, su supresión se vuelve un acto de higiene. Quizá por ello, dice Alain Finkielkraut, en los Lager se desnudaba, se rapaba y se uniformaba a los presos.

Degradar con la palabra y, luego, desnudar, rapar, uniformar -gestos aparentemente funcionales-, retiran de la persona el privilegio misterioso de su projimidad. En nombre de lo abstracto, un ser humano, único, irrepetible e irremplazable, es degradado a rango de un ejemplar inferior. Es lo que reveló Franz Stangl, comandante del campo de Sobibor y de Treblinka a la periodista Gitta Sereny: "Sabe -respondió a la pregunta de cómo siendo un buen padre, un buen esposo, pudo participar en el asesinato de millones de personas-, pocas veces los percibí como individuos. Eran una enorme masa. A veces, de pie sobre el muro, los veía en el 'corredor'. Pero, cómo explicarlo -estaban desnudos, un río enorme que fluía conducido por los golpes del látigo [...]".

Toda ideología, todo amor por una abstracción, hace lo mismo. Alan Finkie-lkraut recuerda una anécdota semejante en relación con el marxismo.

"A principios de 1983 la sección romana de las Brigadas Rojas secuestró a la celadora de la prisión de Rebibbia Germana Stefa-nini, de 70 años". Se le sometió a un juicio sumario y se le condenó a muerte por haber cumplido una "función represiva". No había elementos para ello. Los minutos que duró el proceso fueron registrados en un casete.

-¿Cómo entraste a Rebibbia de custodia?

-Porque no sabía de qué vivir. Mi padre acababa de morir.

-¿Pasaste un examen?

-No, entré como inválida.

-¿Qué hacías?

-Distribuía paquetes a los detenidos.

-¡Deja de lloriquear! De todas formas, a quién le importa. Vuelvo a repetírtelo, deja de llorar, tú no nos conmueves.

Cegados por la ideología, llenos del amor abstracto por el proletariado, los bri-gadistas no vieron en Stefanini a la proletaria víctima del sistema que combatían. Vieron simplemente el sitio que ella ocupaba en la sociedad capitalista. Vista desde su amor...

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