La desventura del editor

AutorAlejandro Saldívar

Ana Luz y Juan Guillermo se despidieron por última vez en el puente que atraviesa Insurgentes, cerca de Perisur, en el sur de la Ciudad de México. Ella fue rumbo al supermercado y él caminó a la farmacia, en busca de una pomada para el dolor en las articulaciones. "Nos despedimos (el 24 de octubre) y ya no lo volví a ver. Regresé como a las nueve del supermercado. Todavía le hablé. Me dijo que no había lo que necesitaba y que iba a ir a otra farmacia en San Fernando", cuenta Ana Luz Minera Castillo.

Una hora después perdió comunicación con Juan Guillermo. "Ya no supe. Pasó el tiempo y estaba angustiada. Le hablaba y no me contestaba. Perdí contacto con él. Como a las 12:30 de la madrugada me habló la policía y me dijo que lo habían encontrado en la calle. Ellos no sabían que era su esposa ni que vivía aquí. Me hablaron porque era la última llamada que había hecho. Les dije que era mi esposo y me dijeron que estaban en la calle donde vivimos".

A tropezones Ana Luz bajó las escaleras del edificio donde residía con Juan Guillermo. A unos pasos de la entrada de su casa encontró a su esposo tirado en la acera, frente a una escuela secundaria vigilada por una cámara del gobierno de la Ciudad de México. "Lo encontré inconsciente, bocarriba. Le vi sangre saliendo de la boca. Entre el susto pensé: qué tal si se resbaló, si lo atacaron, lo quisieron robar. Yo no entendía nada. La impresión fue horrible", cuenta entre suspiros.

Cuando la policía encontró a Juan Guillermo inconsciente en la acera sepultó la posibilidad de saber la verdad. No hubo un peritaje que permitiera esclarecer las condiciones del ataque. Juan Guillermo permaneció tirado -alrededor de un par de horas- a menos de un kilómetro de su casa. Allí, bajo la luz blanca del alumbrado público, se despidió del mundo de una manera silenciosa y trágica. Juan Guillermo López, coordinador de Ediciones Proceso, fue víctima de un ataque, de un forcejeo salvaje que lo dejó inconsciente a unos pasos de llegar a su casa.

Uno de los policías que avisó a Ana Luz le devolvió su celular, su anillo, su cartera con tarjetas y su mochila, una bandolera donde Juan Guillermo guardaba sus lecturas pendientes. "A donde fuera siempre llevaba un libro, siempre que se podía sentar, él leía, en su mochila llevaba su pluma fuente y dos libros, uno de

Pessoa, que era su autor preferido, y otro de Jorge Amado".

El editor llevaba consigo la Obra poética de Fernando Pessoa y Farda Fardao, de Jorge Amado. "Eran sus libros de cabecera, a pesar de que ya se los sabía de memoria, los leía de nuevo y todo el tiempo volvía a Pessoa, de hecho, llevaba un tiempo traduciendo sus poemas"...

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