De la dictadura perfecta a la caricatura perfecta

AutorJuan Villoro

Naranjo se ocupa de los rostros con lealtad artística (no se convierten en caricaturas por sus gestos, sino por las circunstancias en que actúan). A diferencia de la mayoría de los dibujantes satíricos, no distorsiona los rasgos físicos en función del humor. Los hombres públicos comparecen en sus cartones con insólito realismo: cada arruga, cada minucia, cada tic es captado sin pedirle mayor auxilio a la burla o la ironía. Devoto de la figura humana, Naranjo detecta expresiones elocuentes: la mirada esquiva, la ojera sombría, el diente delator. El virtuosismo de su trazo dota de tal veracidad a sus retratos que en comparación con ellos los modelos que los inspiraron parecen copias desleídas. Ningún presidente ha lucido en televisión tan auténtico como en un dibujo de Naranjo.

Una vez al día, el caricaturista se ocupa de sus sujetos de elección. Bajo su pluma, los mandatarios aparecen de cuerpo presente, con el gesto definitivo de quien asiste a su propio funeral. Cada uno de estos prodigiosos cartones diarios es iniciado por un anatomista y concluido por un embalsamador, operación que eterniza los semblantes públicos.

Hay una clara postura ética en esta forma de trabajar facciones. Los políticos aparecen como lo que son, sin verse aumentados o disminuidos por el filo del caricaturista. "No hay que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten", escribió Lichtenberg. Naranjo comparte esta ilustrada opinión. Las caras que traza no son risibles en sí mismas (otras personas podrían servirse de ellas para llevar destinos provechosos). Los personajes no se comprometen por sus gestos sino por sus hechos.

Con goloso afán de realidad, el retratista lleva a sus criaturas al sitio donde han provocado su desorden, el embarcadero donde zarpó su peculiar Titanic. Sin falsearlos en lo más mínimo, los confronta con la evidencia. El rostro es genuino. También lo es su fechoría.

En 1998 Proceso editó Los presidentes en su tinta, selección de los retratos que Naranjo hizo del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz al de Ernesto Zedillo. Después de casi cuatro décadas de registrar las manías y los abusos de los mandatarios del PRI, el caricaturista podía darse por satisfecho. Había cumplido con creces su labor de testigo nunca invitado a Los Pinos y empezaba a pagar la atención prestada al cuerpo ajeno con el desgaste del suyo propio. En el prólogo de aquel libro, le dijo a Elena Poniatowska: "Vivo en estado de...

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