Dientes chimuelos desdentados (III)

AutorFrancisco Toledo

El diente de Buda

Las tradiciones, los ritos, la vida y las supersticiones de los pueblos aborígenes.

Recuerdo haber visto esos libros, en los cuales encontré esta imagen ya lejana acompañada por este texto, el cual ahora comparto con ustedes.

(Si quiere saber más al respecto vea el Dathavansa,

La historia de la reliquia del diente de Gotama Buda).

La fiesta anual Perahara dura dos semanas, y todas las noches se llevan procesionalmente por las calles las armas y las insignias de las cuatro deidades indias. La última noche se pasea la reliquia del Diente de Buda sobre el elefante del templo. Delante y detrás de los elefantes marchan jefes kandianos a cuya cabeza van danzarines y tocadores de tamtam.

* * *

Me horrorizaba aquel oro refulgente

A Grete Bloch

16, V, 14

Querida señorita Grete, sus dolores de muelas son una franca demostración de que ni siquiera esa malísima cosa que es un dolor dental, le ha sido ahorrada en Viena, pero significa también que todo ha de marchar mejor a partir del momento en que se vaya de allí. ¿Qué otro sentido podrían tener sino esos dolores de muelas? Además, ¿por qué iba a verse usted atormentada sin razón? En cuanto a lo que significa el insomnio y la “dilatación de la cabeza”, sé muy bien lo que son, en estos momentos, y no parece que quiera perder esta sabiduría, pero en lo que se refiere al peor tipo de dolor de muelas, puede que yo aún no lo haya sufrido, y leo lo que me dice sobre ese particular en su carta como un párvulo que no sabe en absoluto qué partido tomar. ¿Cuál es, propiamente hablando, el trato que da usted a sus dientes? ¿Se los limpia (por desgracia estoy dirigiéndome ahora a la dama a quien los dolores de muelas le impiden guardar las formas y atenerse a las reglas de la cortesía) después de cada comida? ¿Qué dicen esos malditos dentistas? Una vez que se ha entregado uno a ellos no hay otro remedio que apurar hasta las heces el cáliz de las amarguras. Creo que F., con su dentadura casi completamente de oro, se siente relativamente en paz. ¿No podría procurarse usted también dicha paz de ese modo? Si he de decir la verdad, en los primeros tiempos tenía que bajar los ojos ante los dientes de F., tanto era lo que me horrorizaba aquel oro refulgente (en ese inadecuado lugar, un fulgor realmente infernal) y aquella porcelana grisáceoamarillenta. Más adelante no dejaba pasar ocasión de mirar sus dientes, deliberadamente, para no olvidarme de ellos, para mortificarme y para creer, por último...

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