Dios tiene coronavirus

AutorBernardo Barranco V.

El covid 19 ha trastocado toda la cultura contemporánea. La economía globalizada trastabilla y se presentan grandes cambios en la vida cotidiana debido a prolongados confinamientos. Existe la incertidumbre de que la vida social no volverá a ser como antes. Las Iglesias y las grandes religiones no escapan al tremendo estremecimiento civilizatorio de un virus que amenaza ser endémico. La humanidad deberá convivir con la asechanza del contagio durante lustros. Las Iglesias y templos vuelven a cerrar sus gruesas puertas de madera, adoptando medidas para la celebración de actividades religiosas desde diversas plataformas tecnológicas.

En este diciembre se abre nuevamente un periodo excepcional, las confesiones religiosas se enfrentan a un reto sin precedente: ¿cómo permitir que los fieles vivan su fe a pesar de la suspensión del contacto grupal? La fuerza de las religiones está en su capacidad de convocatoria. Y el contacto humano es parte integral de los ritos religiosos. Una religión, sugiere la etimología religare, es lo que conecta a los miembros de una comunidad entre sí y a los hombres con Dios. Toda práctica religiosa es socie-tal. El trastorno prolongado del covid-19 puede afectar en primer lugar a las estructuras eclesiásticas, en segunda línea a las prácticas religiosas y finalmente a la misma concepción de Dios.

Los usos de una religión incluyen rituales, conmemoraciones, oficios, cultos, veneraciones a alguna deidad o símbolo; incluye sacrificios, fiestas, cortejos funerarios, enlaces matrimoniales, meditación y oración. Incluyen diversas manifestaciones artísticas, como la música, la danza y la poesía, así como estructuras e instituciones que administran lo religioso con normas, leyes y códigos.

Más allá de las concentraciones humanas emplazadas por las ceremonias religiosas, el contacto físico en el culto se convierte en un incidente peligroso. Inimaginable, hasta hace poco, pensar en una plaza de San Pedro vacía, la Gran Mezquita de La Meca despoblada en el Ramadán y una Basílica de Guadalupe desierta el 12 de diciembre.

Quizá una de las imágenes más impactantes durante esta pandemia la encontramos en el largo trayecto que realizó el papa Francisco el 27 de marzo de 2020, ante una plaza de San Pedro desolada, gris y húmeda. Esa imagen icóni-ca ensombreció el fervor de millones de creyentes. El Papa le habla al mundo con dramatismo desde el despoblado santuario más importante de la catolicidad. Su bendición Urbi et orbi del domingo...

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