Disiento

AutorRicardo Raphael

El problema es que no son sólo dos los sujetos intoxicados quienes conducen a toda velocidad. De un lado y otro suman muchos los que han perdido de vista el camino y con ello toda proporción de la realidad.

No tiene sentido repetir aquí los números agregados que bien conocemos. El saldo de personas, en el mundo y en el país, a las que el SARS-Cov-2 arrebató la vida, la pérdida del empleo, la pobreza súbita de millones, el cierre de los negocios, la destrucción multimillonaria de los patrimonios.

Cada una de esas frases incluye mucho dolor humano. En estos días los contagios rondan la vida íntima de tantos. ¿Quién se escapa a estas alturas de sufrir la pandemia en carne propia?

Somos demasiados los que estamos perdiendo. Nuestro futuro no es lo que era, ni volverá a serlo.

Los psicólogos tienen la agenda llena, también los ministros de culto, y los médicos, cuya carga laboral se ha multiplicado.

Como si no bastara esto para apelar a la empatía, la violencia criminal se aprovecha de la mala estación para hacer de las suyas. Ahí donde las empresas ilegales disputan territorio, las armas de fuego se encargan de llevarse a quienes el coronavirus había dejado ilesos.

Será porque alguna vez vivimos protegidos que, frente a este escenario, el cuerpo pide a gritos la protección de las personas adultas. Pero en vez de contar con una voz sensata y razonable que nos devuelva al menos un milímetro de la tranquilidad extraviada, los adultos que gobiernan la casa se han intoxicado y no ven nada más allá de sus narices.

El miércoles de la semana pasada el presidente Andrés Manuel López Obrador declaró que le parecía divertido denunciar una supuesta operación golpis-ta en su contra a partir de un documento anónimo y sin verificación.

No es que quiera arrebatarle el contento a nadie, pero me sienta muy mal que, mientras tengo familiares en situación grave por la epidemia, el mandatario amenice con malas bromas durante sus conferencias mañaneras.

Me temo que está intoxicado con el gas de la apatía frente al dolor ajeno. En su ánimo no hay empatía, sino las ganas de pelear que siempre le ganan. No ha querido ser el adulto que los demás pedíamos, sino el gobernante chocarrero, rijoso y obsesionado con sus logros propios.

Cosa menos peor sería que la intoxicación sólo afectara a uno de los conductores. Así cabría que el otro se apartara con prudencia del camino. Sin embargo, el mal de la desconexión humana es la pandemia política de nuestros días.

Enrique...

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