Documenta Ana Lilia Cepeda el rescate de La Casa Rivas Mercado

AutorSusana Cato

El epígrafe: "Una ciudad es como una gran casa, una casa como una pequeña ciudad" es apenas el atisbo de esta intensa crónica sobre una mansión en la calle de Héroes 45, colonia Guerrero de la Ciudad de México, hoy convertida en museo.

Todo comenzó en el año 2007, cuando Cepeda recibió en el Fideicomiso del Centro Histórico que ella dirigía a Katheryn Turner, esposa de Donald Turner, hijo único de Antonieta Rivas Mercado. La también autora del libro sobre esta gran artista y mecenas, A la sombra del ángel, pedía ayuda para rescatar de la demolición la Casa Rivas, protagonista de un siglo:

Había sido construida en 1898 por Antonio Rivas Mercado, arquitecto favorito del porfirismo, para habitarla con su familia. Allí, en su hoy restaurado estudio, con el ingeniero Roberto Gayol, el escultor italiano Enrique Alciati y una costurera, Ernesta Robles (modelo que no quiso mostrar más que piernas y hombros para el Ángel de la Independencia), el arquitecto gestó (a petición de Porfirio Díaz) la columna para la Victoria alada.

Poco después, al estallar la Revolución mexicana, la familia -como muchas otras, porfiristas- no abandonó la casa. El sótano significó un lugar de previsión y refugio. Los soldados estacionados en la calle de enfrente pidieron al arquitecto Rivas Mercado permiso para entrenar, marchando en sus jardines, mientras los niños veían desde la ventana del sótano las botas militares; Antonieta, su segunda hija, tenía 11 años.

Al término de la gesta, el gran salón se volvió sitio de fiestas, debates y amores, con visitantes como los pintores Nahui Ollin, Manuel Rodríguez Lozano o Diego Rivera, a quien el arquitecto Rivas Mercado (quien fue también director de Bellas Artes y de La Esmeralda) consiguió la beca para estudiar en Europa. O como José Vasconcelos, el último amor de Antonieta, quien se sumó a los dolores que provocaron que se quitara la vida en la parisina Catedral de Notre Dame de París.

A la muerte del arquitecto y más tarde de la de Antonieta, albacea de la casa, ésta fue comprada y funcionó medio siglo como el Instituto Washington, pero -tras el sismo de 1985- su triste destino sería la demolición.

Era una causa perdida. El inmueble en ruinas no formaba siquiera parte del Centro Histórico. En una de sus primeras visitas, escribe Cepeda: "parecía un animal débil y herido en su último estertor. Por los grandes huecos de los techos entraban pequeños rayos de una pálida luz blancuzca que daban un aura fantasmal. Había que...

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