Doña Rosario

AutorJavier Sicilia

Doña Rosario, sin embargo, no podía asumir esa responsabilidad que Hermann Bellinghausen tomó para sí cuando en 1995 rechazó el Premio Nacional de Periodismo. Como representante de las víctimas de México estaba obligada a rechazar la medalla; como compañera de lucha y amiga de López Obrador, a recibirla.

Frente a esa doble responsabilidad, doña Rosario encontró un justo medio. Aceptó la presea, pero inmediatamente la dejó en custodia del presidente. Doña Rosario aceptó, pero no concedió. Su ausencia en la ceremonia de premiación y su carta, leída en voz de su hija Claudia, tienen esa doble virtud. Después de pagar la deuda con el compañero de lucha llamándole "querido amigo", de narrar la historia aún inconclusa de las madres del Comité ¡Eureka!, de citar las palabras de su nieto para recordarle la carga de "tristeza y desolación" que la injustica hereda a las subsecuentes generaciones -"Abuela [...] quiero que sepas que he vivido muy enojado y hoy estoy lleno de rabia y de indignación [•••]"-, remató: "Esta presea que lleva el nombre de un gran revolucionario [...] trae consigo un gran fardo moral ineludible para mi conciencia que me alienta más a continuar luchando para liberar a esa justicia que fue amordazada y llevada a una cárcel clandestina hace ya tantos años.

"Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo: No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa.

"Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares y con la certeza de que la justicia anhelada los ha cubierto con su velo protector."

Doña Rosario dejó en prenda al amigo y al presidente la responsabilidad del cobro de una deuda inmensa de justicia. No sólo la que el Estado le debe a ella y a las madres de ¡Eureka!, sino a las cientos de miles de madres y padres que desde el 68 hasta nuestros días el Estado lleva consigo.

Doña Rosario tiene, sin embargo, una extraña fe en que el gobierno de López Obrador lo hará. Yo no la tengo. No sólo porque mi fe pertenece a Dios, sino porque la manera en que AMLO ha traicionado a las víctimas negándose, como lo prometió en campaña, a diseñar una política de Estado basada en la Justicia Transicio-nal, y la manera improvisada y simplista...

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