Donald Trump, un príncipe que se hizo temer

AutorElisur Arteaga Nava

En 1923, antes de producirse la rebelión conocida como "De la huertista", algunos generales del Ejército mexicano se comprometieron a apoyar en su intentona al rebelde Adolfo de la Huerta. Al producirse la rebelión, algunos de esos generales olvidaron su compromiso; apoyaron al presidente en ejercicio: Álvaro Obregón. Al reclamarle a uno de esos generales su traición, éste se limitó a contestar: "No había más que una alternativa: Si Fito (así le decían a Adolfo de la Huerta) triunfa, como es bueno, me perdona; pero si el "Manco" (así le decían a Álvaro Obregón) resulta victorioso, me fusila".

A pesar de tener una mano, la que tenía era pesada. En su tiempo todos les temían: a Obregón y a su mano.

Los que escribimos tenemos la pretensión de convertirnos en consejeros de todo mundo, incluyendo al presidente de la República, los gobernadores, secretarios de Estado, directores de paraestatales y fiscales. Vamos más allá: pretendemos saber de todo y, por ello, opinamos de todo. Somos irresponsables y no lo reconocemos.

Por el hecho de haber oído un rumor o, en el mejor de los casos, de haber recibido un chisme, partimos del supuesto de que estamos mejor informados que todos ellos. Pasamos por alto que esos funcionarios, en teoría, por razón de sus cargos, cuentan con información privilegiada y con el ase-soramiento de especialistas en cada una de las materias.

Los "opinadores" nos sentimos defraudados y ofendidos cuando quienes ocupan los cargos públicos no actúan de acuerdo con nuestros consejos u opiniones.

Cuando las cosas les salen mal a los titulares del poder, de las muchas opiniones que se emitieron en los medios, aquel que le atinó en la solución o que se anticipó al problema, no tarda en untarle a los servidores públicos su superioridad y lo fundado de su opinión.

Como "opinadores" pasamos por alto las veces que aconsejamos u opinamos algo que fue equivocado. Cuando esto pasa, nos quedamos callados y esperamos que nadie o pocos lo recuerden. Actuamos irresponsablemente y lo digo en todos los sentidos, incluyendo el de que nadie puede exigirnos responsabilidad por lo que aconsejamos. La libertad de prensa es un manto muy generoso que nos pone a salvo de responsabilidad.

Al final de cuentas debemos reconocer que somos simples "opinadores" de todo y que lo hacemos más siguiendo nuestra intuición o sentido de la irresponsabilidad. Somos imprudentes por naturaleza.

Por todo lo anterior, si somos honestos, deberíamos decir: señores servidores...

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