A dos décadas de la partida de Ricardo Garibay

AutorVicente Leñero

Así como Joaquín Diez Canedo y Rogelio Carvajal fueron editores fieles del Ricardo Garibay narrador, así Julio Scherer García, en Excélsior y en el semanario Proceso -en complicidad con Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel López Azuara, Pedro Álvarez del Villar y Froylán López Narváez- incluyó a Garibay como periodista prominente de sus publicaciones.

El de Tulancingo Hidalgo no fue desde luego un reportero de planta, sujeto a rutinas redaccionales, pero sí articulista y comentarista de las páginas editoriales, colaborador de los suplementos de cultura, y reportero y cronista de asuntos exclusivos.

Literaria y políticamente hablando, sus artículos sobre la actualidad, sus análisis sobre el acontecer y sus juicios sobre los funcionarios en turno, no son lo mejor de su obra periodística, Garibay era Ricardo Garibay cuando se volvía cronista de giras presidenciales o de acontecimientos del momento, cuando se lanzaba a realizar reportajes sobre la miseria o sobre "lo que ve el que vive", cuando entrevistaba o semblanteaba -en páginas formidables- a personajes sonoros: Maria Félix, Agustín Lara, el boxeador Rubén Olivares, su maestro Eras-mo Castellanos Quinto, su psicoanalista Abra-ham Fortes, su amigo Emilio Uranga...

La maestría para entender la crónica, el reportaje o la semblanza como géneros literarios lo hizo sobresalir en su trabajo coyuntural. Le permitió, además, volverse amigo y rival de presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, políticos a granel. Desde Diaz Ordaz hasta Alfonso Martinez Dominguez; desde Luis Echeverría o José López Portillo hasta Rubén Figue-roa o Mario Moya Palencia.

Cuando Echeverría llegó a la presidencia, Ricardo Garibay le pidió como amigo -él mismo lo contó- recorrer el país y contemplar la realidad "desde el hombro del Presidente". Son notables como textos literarios, verdaderos cuentos a veces, las crónicas que escribió para Ex-célsior y compiló luego en ese libro, ¡Lo que ve el que vive! (1976), cuyo título deriva de la expresión de un "paisano" hecha a Ata-hualpa Yupanqui. De entre ellas, releídas al azar, sobresale un cuentecillo escrito cuando viajaba como invitado de una gira de Echeverría por India, Ahí, en un populoso mercado de Nueva Delhi, un brumoso anticuario termina retorciéndose y vendiéndole una pequeña jícara de bronce que luego, al ser frotada por el reportero Aladino, emite para él sonidos maravillosos. La mentirosa anécdota podría resultar baladí, pero la prosa de Garibay la convierte...

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