Las dos puertas de México

AutorAndrea Arzaba

TAPACHULA, CHIS./TIJUANA, BC.- En una cafetería del centro de Tapachula, la ciudad más austral de México, hace algunos días Alí* estaba sentado y platicaba con tranquilidad sobre cómo es actualmente su vida, a miles de kilómetros de su casa, en la costa oriental de África.

Alí se muestra elocuente y confiado en su cuidada apariencia, propia de un graduado de negocios en una universidad de Etiopía. Originario de Somalia, explica la incongruencia de vivir ahora -tal vez temporalmente- en Tapachula, en la frontera con Guatemala. Describe su angustioso viaje de casi 10 mil 500 kilómetros desde Sao Paulo, Brasil, hasta la frontera mexicana, y dice que en realidad planeaba seguir hacia el norte, pero que la prohibición de viaje a ciudadanos de Somalia -impuesta por Estados Unidos- lo hizo decidir que México sería su destino final.

Cuenta que se convirtió en migrante después de que su padre y su hermano fueron asesinados en un ataque terrorista. Dos años más tarde, en Uganda, su migración se vio interrumpida: fue secuestrado y torturado, aunque después se las arregló para escapar, primero a Kenia y luego a Zambia. Pero se rindió después de años de batallar para lograr asentarse en algún lugar y decidió que tenía que irse de África.

"Estaba desesperado", afirma. "Y alguien que trabajaba en la embajada de Brasil en Lusaka me dijo que por unos cuantos miles de dólares podía expedir mi visa con mayor rapidez. Acepté su oferta y en unos cuantos días me dio una visa genuina".

Llegó a América Latina. "Le pagué a alguien para que me consiguiera un coyote en Brasil. Éste me cobró 600 dólares para conectarme con toda una red de traficantes que me llevarían uno tras otro hasta México", narra Alí, recordando que cada uno de los miembros de la red lo recogía en un lugar específico, algunas veces con comida y bebida, y lo llevaban a él y a otros migrantes, a ciudades más hacia el norte.

Todos los coyotes tenían su fotografía. Y cada vez que era entregado a uno nuevo, pagaba entre 20 y 600 dólares para cruzar ríos, viajar en autobús o pagar sobornos a miembros del crimen organizado, militares, policías y agentes de migración con quienes se topaban en el camino.

Cuando se percataban de la situación en que estaban metidos, algunos migrantes intentaban regresar, pero con frecuencia los traficantes los obligaban a continuar el viaje. "En Perú fui atrapado por la policía. Una vez que estuvimos en sus oficinas, me pidieron dinero: 60 dólares. Yo me negaba a pagar, pero me dijeron que era mi dinero o mi libertad, por lo que acabé dándoles todo lo que traía", reconoce Alí.

Su historia es sólo una más que ilustra cómo los traficantes transportan a las personas a través de fronteras y continentes, sacando ventaja de los migrantes que están desesperados por escapar de la creciente violencia en sus países de origen. Y los traficantes en América han...

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