Echeverría, reo solitario en su propia casa de San Jerónimo

AutorJorge Carrasco Araizaga

Luis Echeverría Álvarez, el hombre fuerte que estuvo en el epicentro del régimen que masacró a cientos de estudiantes en 1968 y 1971, vive el exilio interior. Sin bienes ya a su nombre, con menguados recursos propios y despojado de querencias personales, vive confinado, casi en el abandono, en un rincón de lo que fue su residencia en San Jerónimo.

Aunque lúcido, su cuerpo de 97 años requiere de asistencia desde que amanece hasta que se duerme. En silla de ruedas, se mueve con fuerzas ajenas. La prisión judicial que vivió ya anciano no se acabó con la resolución que lo exoneró de la acusación de genocidio por la matanza de Tlatelolco.

Condenado por los suyos, ahora vive el destierro familiar en un espacio que se reduce conforme sus hijos venden, pedazo a pedazo, la residencia en la que hasta hace algún tiempo, cuando aún se podía mover, recibía a sus amigos, viejos priis-tas y algunos de sus funcionarios sobrevivientes, como Ignacio Ovalle, ahora responsable de la nueva oficina de Seguridad Alimentaria Mexicana del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Eran los años en que todavía obtenía ingresos por sus negocios inmobiliarios y gozaba de una pensión como expresidente. Recibía cerca de 200 mil pesos mensuales, entre los 100 mil de sus inmobiliarias, sus 64 mil pesos de la Presidencia de la República y 22 mil de la pensión del ISSSTE.

Cuando no en su casa de Cuernavaca, era en la residencia de Magnolia 131, en San Jerónimo, donde organizaba fiestas y comidas; acompañadas, sin falta, del ballet regional que contrataba en su exaltación del nacionalismo que su esposa, María Esther Zuno Arce, cultivó durante su sexenio.

Casi medio siglo después de haber salido de la Presidencia de la República, sólo le queda la memoria del hombre poderoso que fue en el régimen autoritario del PRI. Junto a su recámara aún dispone de un pequeño invernadero que vivió su esplendor de la mano de su esposa.También de una biblioteca y un espacio que llama el Salón del Sexenio, donde conserva los testimonios de las memorias que nunca quiso escribir.

Pero esos espacios ya no los frecuenta. Desde su recámara se ve hacia el gran jardín con pinos, fresnos y macadamias que llegó a llamarle "el bosque" y que ahora evita siquiera tocarlos con la mirada para que el abandono en que se encuentran no lo deprima más. Muy de vez en vez se anima a comer en una pequeña mesa dispuesta en el invernadero. Sus días los pasa en la recámara que habilitó como oficina.

Sábados y domingos se acicala para recibir a sus escasos amigos, entre otros, el abogado Juan Velásquez, Augusto Gómez Villanueva, que fue su secretario de la Reforma Agraria, y Alfredo Ríos Cama-rena (estos dos últimos aparecen retratados en la foto de portada de esta edición).

El control de la información, el gran recurso que explotó durante su carrera política, siguió siendo su preocupación. Desde que entregó el poder, no dejó de hacer el seguimiento de la prensa. Aun en sus cada vez más frecuentes hospitalizaciones por sus crónicos problemas respiratorios, disponía diario de un resumen de prensa que en el último cuarto de siglo...

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