Edward Hopper, un pintor del siglo XX

AutorMiguel Ángel Flores

MADRID.- El Museo Thyssen-Bornemisza constituye una de las piezas centrales del conjunto de recintos de su especie en la ciudad de Madrid que dedica exhibiciones temporales a los que podrían llamarse, ya, los clásicos del siglo XX. No realiza retrospectivas de ellos sino que hace una especie de antología de sus obras para dar a los espectadores un panorama del trabajo de determinado artista. Tal vez haya criterios de tipo económico que dictan las modalidades de la exposición. Pero no deja de lamentarse que elThyssen y sus excelentes instalaciones no las destinen para hacer una amplia evaluación de lo que ha significado la contribución de los pintores más notables del siglo XX.

Edward Hopper pertenece al género de artistas que no gozaron de gran presencia en los medios. Los entendidos desde un principio supieron valorar sus cuadros: eran el fruto de un artista que dominaba con excelencia el dibujo, tenía facilidad y rapidez de trazo, y no fallaba en ningún detalle de la composición de lugar. Pero en su época marcada por el optimismo no era sencillo que se advirtiera la distancia con la que Hopper miraba y captaba el mundo que lo rodeaba. Un tono sombrío y un acento de soledad se desprenden de sus escenas urbanas y de los personajes que consignó en sus telas.

El camino de Hopper fue el típico de muchos jóvenes que empezaron a aprender su oficio durante la transición de dos siglos. Viajó a Francia y se impregnó del "espíritu" de los maestros del siglo XIX, sobre todo los del último tercio. Vio mucha pintura y se ejerció mucho en el trazo con el lápiz hasta dominar la composición siguiendo las reglas clásicas de la perspectiva y la elaboración de los escorzos.

Su mirada azul, la de sus ojos azules, darían la versión de paisajes en los que todavía no estaba presente el azul del mar y del cielo de la costa de Nueva Inglaterra. En esos paisajes resalta el aprendizaje que adquirió partiendo de cómo organizaba sus volúmenes Cézanne. En Mar en Ogunquit (1914) le llama la atención la textura de las rocas y pinta con un color ocre que indica ya las búsquedas del joven pintor. En Cala en Ogunquit (1914) las rocas tienden a la abstracción. Es detalle que debe tenerse presente en un pintor que nunca se apartó de la figuración.

La exposición inició con un autorretrato de Hopper en el que sobresale su mirada azul y su sonrisa de buen muchacho norteamericano; se captó a sí mismo en un retrato notable en que se subraya su sonrisa pícara, de alguien que ve más...

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