Elegía con flores y cantos

AutorSamuel Máynez Champion

¿A caso venimos a soñar en la tierra? Con la faz serena, en- trecierra y abre los ojos. Sueña el sueño de estar vivo en un ahora que se le escapa de las manos. Como Quetzalcóatl que huye del tiempo y huye de sí mismo, ignora hacia dónde se dirige con esa angustia que sólo amaina cuando las flores del pensamiento florecen en su mente, o cuando los cantos floridos lo inundan por dentro. Hombre, burbuja inquieta, sólo busca a tientas algo en qué poder sostenerse, algo que no lo destruya, y por eso sabe que se adoran a los dioses, que en su honor se erigen templos donde se canta y se danza. Aunque los dioses no existan. Esa es la alianza verdadera y él sueña que es una de las burbujas humanas que más brillan y que por eso puede elevarse... o, quizá, que por eso se empeñó en construir un apoyo inmutable y eterno en el tiempo que se le escapa.

¿Sólo aquí en la tierra hemos venido a conocer nuestros rostros? Los pulmones no lo ayudan a respirar, pero tenaz en sus ganas de vivir, rememora que ha sido un cultor de la tinta roja y la tinta negra y que con ellas ha plasmado página tras página en un delirio creativo que siempre se acompañó de música. Y no de cualquiera, sino de la más bella con la que su corazón se ensancha. Entre sus recuerdos más vívidos aparecen sus primeras lecturas y sus primeras visitas a los sitios de los dioses, sobre todo de Teotihuacan donde presintió que sus días terrenales iban a consagrarse a desentrañar misterios de los antiguos mexicanos y a destensar las flechas de su propia ignorancia.

También recuerda, pero ya no sabe si sueña en vigilias, que está recostado en una cama de hospital desde hace semanas, o acaso meses. ¿Ha podido conocer en este reducto aséptico su verdadero rostro? ...Quienes lo visitan lo perciben integrado con las pulsaciones de su corazón y las sonrisas de su rostro, hasta que una enfermera lo despierta: "Don Miguel, es la hora de su medicina, Don Miguel...".

¿Perduran los cantos en la casa del Dador de la vida? Suena un extraño aparato que le insertan en los oídos y con él se revive el milagro. ¡Qué prodigios son éstos que lo proyectan a sus mañanas de trabajo! Su caminata en los Viveros de Coyohuacan, con los pensamientos fluyendo desde la duermevela hasta la conciencia que sus pasos entre el verdor le atizaban. Luego un desayuno servido amorosamente por la mujer de su vida, y después el entusiasmo de sentarse en su escritorio para pasearse entre las letras como un monarca de la antigua palabra...

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