Elizabeth Bishop

AutorRafael Vargas

(1911-1979), su vida mexicana

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La suerte de los poetas: John Berryman, Randall Jarrell, Robert Lowell, Theodore Roethke y Delmore Schwartz –miembros de la generación estadunidense que comenzó a publicar en la década de 1940– lucharon por asumir el papel de vates sagrados, cuasi-profetas que la tradición de la poesía lírica en lengua inglesa (de Blake a Pound y Eliot) les imponía. Lograron libros extraordinarios. Berryman escribió The Dream Songs (Los cantos del sueño), Jarrell Losses (Pérdidas), Lowell Life Studies (Apuntes al natural), Roethke Praise to the End! (¡Alabad hasta el fin!), y Schwartz In Dreams Begin Responsabilities (Las responsabilidades comienzan en los sueños). Todos disfrutaron de amplio reconocimiento en vida. Todos, por desdicha, tuvieron muertes prematuras. Se convirtieron en figuras legendarias. Sin embargo, al comienzo de la segunda década de este siglo son cada vez menos leídos.

En cambio, quien hoy obtiene cada vez más atención es una de sus coetáneas, casi completamente ajena a la fama mientras vivió: Elizabeth Bishop, a quien nunca le pasó por la cabeza asumir nada porque esa tradición no alcanza a las mujeres que escriben poesía en lengua inglesa –por fortuna: son muchos los poetas que han destrozado su vida por creer que es necesario encarnar el destino heroico “del alma que lucha sola contra el mundo”.

Ello no significa que Elizabeth Bishop no fuese una escritora ambiciosa. Lo era tanto o más que sus colegas, con la mayoría de los cuales tuvo amistad. Sólo implica que su condición como mujer le ahorró la pesada carga que esa imagen impuesta representaba en el mundo que recién salía de la segunda gran guerra.

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Elizabeth Bishop nació el 8 de febrero de 1911, en Worcester, Massachusetts. Tenía ocho meses de nacida cuando murió su padre por una enfermedad renal, y cinco años de edad cuando su madre, quebrada emocionalmente tras la muerte de su esposo, fue internada en una institución para enfermos mentales. Madre e hija no volverían a verse. Con altibajos, la niña creció bajo el cuidado de abuelos y tíos, hasta que en septiembre de 1930 ingresó al Vassar College, en Poughkeepsie, Nueva York, donde estudió letras inglesas. Allí, en 1934, conoció a Marianne Moore, ya una poeta muy renombrada. Ésta tuvo la generosidad de aconsejar e impulsar a la joven estudiante, quien ese mismo año decidió mudarse a Manhattan para dedicarse a escribir.

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Siempre parca y perfeccionista, publicó su primer libro, North & South...

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