Donde todo empezó…

AutorAnne Marie Mergier

TÚNEZ.- Discuten, debaten, se interpelan, se enojan, bromean, gesticulan. Hablan entre amigos y con desconocidos. Hablan sentados en las terrazas de los cafés y los restaurantes, en las esquinas, las tiendas, cerca de los puestos de periódicos, comprando frutas o comida a vendedores ambulantes. Parece que no pueden parar de hablar. Un verdadero tsunami de palabras barre Túnez.

Amordazados durante 23 años, los tunecinos gozan con una felicidad y una emoción contagiosas la embriaguez de la palabra recobrada.

Dos semanas después de haber derrocado a Zine El Abidine Ben Alí se siguen preguntando si son víctimas de una alucinación colectiva. Alya Chammari, renombrada abogada disidente, resume esa incredulidad con una frase de Rosa Luxemburgo: “Hace cinco minutos eso parecía imposible y cinco minutos después es evidente”.

Desde el 14 de enero, cuando Ben Alí huyó a Arabia Saudita, dos puntos neurálgicos de esta capital –la avenida Bourguiba y la explanada de la Qasbah– se convirtieron en modernas ágoras, las plazas públicas que desempeñaban un papel capital en la democracia de la antigua Grecia.

Elegante –con amplios camellones y grandes aceras a lo largo de las que se codean hoteles, grande cafés, tiendas y también el temido Ministerio del Interior–, la avenida Bourguiba era un lugar “tranquilo” durante la dictadura. Ahora está en plena ebullición. Desde el mediodía hasta el toque de queda es el centro de todas las protestas, el lugar de todas las citas. Ahí uno se entera de las últimas noticias y de todos los rumores. Una multitud de tunecinos de todas las edades y clases sociales, pero sobre todo jóvenes, la recorren con los celulares pegados a la oreja.

Al principio y al final de la avenida hay soldados y tanques cubiertos con flores que les ofrece la gente, pero cercados con alambres de púas. En las calles adyacentes día y noche hay autobuses amarillos llenos de policías.

Cualquiera se improvisa orador en la avenida Bourguiba y a los pocos minutos está rodeado por decenas de curiosos que no tardan en opinar y discrepar. Es difícil caminar sin que se acerquen personas deseosas de contar lo que pasa en su país, lo que vivieron personalmente, sus esperanzas o temores.

Si bien las polémicas pueden ser acaloradas, nunca son violentas. En éstas se tocan todos los temas que preocupan hoy a la sociedad tunecina:

¿Cómo deshacerse de todo vestigio del benalismo? ¿Será posible algún día juzgar a Ben Alí, su esposa y su clan, que saquearon el país y cuyo régimen violó sistemáticamente los derechos humanos? ¿Cuál va a ser el nuevo rostro de la Reagrupación Constitucional Democrática (RCD) y cómo impedir que siga gangrenando al país? ¿Cómo reconstruir una vida política digna en el desierto creado por la represión benalista?

¿En qué partidos políticos confiar: en los que van a empezar a surgir como hongos, en los que encarnaban una oposición oficial o en los que fueron obligados a actuar en la clandestinidad? ¿Qué papel desempeñarían los islamistas en la balbuceante democracia tunecina?

¿No sería urgente cambiar la Constitución para acabar de una vez con un régimen presidencialista que causó estragos en Túnez? ¿Acaso no ha llegado el momento de fundar una segunda república tunecina con un régimen parlamentario?

¿Cuál fue el papel de Washington en la caída de Ben Alí y qué carta van a jugar Washington e Israel después de su huida? ¿Cómo van a reaccionar los regímenes autoritarios que rodean el país –Argelia, Marruecos y Libia– ante la democratización de Túnez? ¿Realmente la Unión Europea –aliada de Ben Alí– ayudará a ese frágil proceso de democratización?

La calle e internet, las armas

En las entrevistas que sostuvo la reportera con estudiantes, historiadores, sindicalistas y defensores de los derechos humanos se confirma que fueron los jóvenes de las zonas desfavorecidas quienes impulsaron la revolución. Pronto tuvieron el apoyo de la mayoría de la juventud del país, de cualquier clase social, y de las bases regionales de la Unión General de los Trabajadores Tunecinos, que obligaron a la dirección de esa confederación sindical a romper con Ben Alí.

Ese movimiento espontáneo, irresistible y sin líderes rebasó al régimen, a sus aliados internacionales y a los partidos, legales o clandestinos. En menos de un mes, con una madurez asombrosa, los tunecinos tomaron conciencia de la fuerza que puede tener la sociedad civil cuando vence el miedo y se moviliza.

Los actores de esa revolución sui géneris afirman hoy que tienen una doble meta: seguir desempeñando un papel activo en la evolución democrática de Túnez y montar guardia para proteger a como dé lugar “su dignidad recobrada”.

Los jóvenes son los más determinados. ¿Cómo piensan asumir las nuevas responsabilidades que acaban de atribuirse?

“Sobre la marcha...

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