El entierro perdido

¡Ándele abuelo, acuérdese dónde mero está el dinero! -decía desesperado u n señor de algunos 45 años, quien molesto le reclamaba a su anciano pariente la falta de memoria. El viejito apenas caminaba, mientras otro nieto; no menos ambicioso que el primero, lo llevaba casi cargando por entre mezquites, palmas y huizachales. Bajo el sombrero de paja se veía un sudoroso rostro plagado de arrugas, fruncía el entrecejo y apuntaba con su dedito tembloroso hacia una palma yuca que estaba como a 10 metros: “Po´s mira m´ijo, puede ser aquella de allá, es que ya pasaron muchos años de cuando yo vide que enterraron los centavos”.

No es que anduviera acompañando a esos tipos, sino que yo estaba con un amigo de la prepa que me había invitado a visitar el rancho de su papá, en Mina, Nuevo León. El sitio estaba a unos kilómetros de la Hacienda de El Muerto y él platicaba mucho de ella y de lo interesante de su entorno. Comentaba que por aquellos lugares anduvieron muchos revolucionarios y que a causa de eso, un vecino encontró en la sierra una vieja carabina de las que llaman 30-30.

A mí también me brillaron los ojos, pero no de ambición, sino de interés, porque me gusta colecc i o n a r antigüedades y era el momento de iniciar una emocionante aventura. Total si no hallábamos nada, lo paseado... ¿quién me lo quitaría? Después de pedir permiso a mis padres, fui a la central de autobuses, tomé un camión de la ruta Mina y luego me bajé en Hidalgo, N. L. donde vivía mi amigo Everardo.

Fue a recibirme con gusto y una bolsa de un kilo con nuez de las llamadas cáscara de papel. Cuando llegamos al rancho, su padre acomodó las cosas que llevaba, mientras nosotros nos disponíamos a irnos a dar una vuelta al monte. La idea era encontrar “chuzos” o puntas de flechas de las que usaban los indígenas de la región y con suerte alguna pieza de metal de tiempos de la Revolución Mexicana.

Pues caminamos un buen rato entre los matorrales y lo único que encontramos fueron auténticos enjambres de zancudos que al picarnos traspasaban la ropa. Sin medir el tiempo llegamos a ésta hacienda que les digo, todavía tenía la mayoría de los cuartos en pie, la iglesia sus ornamentos, y hasta vivían unas personas ahí. Sin embargo, se podían observar una gran cantidad de hoyo en algunas paredes de adobe, así como profundos pozos en los pisos.

Everardo, quien compartía mi gusto por...

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