Entregas en caliente / ¿Dónde estamos?

Paco Jones todavía estaba adentro de la señorita Addison Slidell en medio del aterrizaje en paracaídas. Ella le pidió que levantara los pies para no estrellarse contra el piso mientras descendían lentamente. El mensajero sintió cómo los capullos de algodón le acariciaban los testículos y el ano mientras se deslizaban rozando el suelo. Agradeció con toda el alma estar aterrizando en un plantío de algodón y no de rosas o nopales.

Una vez en el piso, antes de que la tela del paracaídas cayera sobre ellos y los cubriera, la señorita Addison ya había decidido tener un orgasmo en tierra firme como los que había tenido en las alturas. Así que se montó sobre el miembro de Jones que todavía no se recuperaba. Su vulva se abría y cerraba como si le estuviera dando respiración de boca a boca. Estuvo moviendo cadenciosamente las caderas, sintiendo poco a poco con su clítoris cómo la erección de Paco se endurecía mientras el mensajero le estrujaba las tetas.

Cuando Jones se recuperó por completo y la erección le llegaba hasta el esternón, la señorita Addison se la encajó. Fue tanto el placer que sentía que se retorció con cada uno de los orgasmos. Después del quinto, todo su cuerpo se puso a temblar como si se estuviera convulsionando.

Estaba cayendo la noche. Al oír los gemidos, los negros de la plantación salieron de sus casas. No habían visto descender al paracaídas. A lo largo de sus vidas habían escuchado tantos cuentos y leyendas que creyeron que lo que se movía debajo de la tela era un fantasma. Se acercaron temerosos alzando sus picos, palas y azadones. Uno de ellos, Booker, traía una guadaña. La alzó para asestar el golpe, pero los gemidos le parecieron cada vez más familiares hasta que decidió primero indagar:

-¿Señorita Addison?

Al escuchar la voz, Paco y...

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